Con una ligera presión sobre la barra de dirección, Christian inclina el ultraligero. A más de 60 km/h, el aparato se sitúa suavemente entre las aves. No son aves corrientes, sino barnaclas de cuello rojo; estas especialistas en vuelos de larga distancia son tan rápidas que son conocidas como las “Fórmula 1 del aire”. Con su pechera y mejillas de color ámbar, estas pequeñas ocas se encuentran también entre las más elegantes y resistentes de la especie. Perciben al instante el movimiento del aeroplano. En unos segundos, la escuadrilla forma una V perfectamente alineada con el ala.
A 350 metros de altitud hay 10 grados bajo cero. Voy sentado en la parte delantera del aparato y el viento me azota la cara. Solo me sujeta un cinturón de seguridad, y la ausencia de carenado refuerza mi impresión de estar flotando en el aire. Saco la mano al vacío. El asiento pivota y acerco los dedos a la oca que vuela a mi derecha.
Por un instante, rozo su plumaje.
—¡Bienvenido al club! —dice a mis espaldas el piloto, mientras percibo su sonrisa.
—¿El club?
—Sí, el pequeño club de los que acarician las aves mientras vuelan!
Vivir al lado de las aves, volar con ellas para comprenderlas mejor, para salvarlas. Christian Moullec, de 59 años, lleva desarrollando este “proyecto loco” desde 1987. Este año reveló en la revista Sociedad Nacional de la Protección de la Naturaleza los esfuerzos de los ornitólogos suecos por reintroducir las ocas enanas en su país. Hubo una época en la que anidaban en abundancia en toda Escandinavia. Pero a principios de los 90, más de 50.000 parejas de ocas enanas habían desaparecido, víctimas de los abusos de la caza en torno a los mares Negro y Caspio. Esta raza protegida amenazaba con extinguirse.
La idea de enseñar a estas aves a adoptar otra ruta migratoria era ambiciosa, pero realista.
Después de las experiencias del zoólogo austriaco Konrad Lorenz, en la década de los 30 del siglo pasado, sabemos que, si el hombre está presente en la eclosión de los huevos, puede convertirse en el padre adoptivo de los ansarinos. El canadiense Bill Lischmann, demostró más tarde que el ultraligero permite guiar a determinadas aves migratorias. Sobre todo, a aquellas que no están dotadas de instinto migratorio. Es el caso de las ocas, las grullas y las cigüe.as, que aprenden la ruta para dirigirse a su zona de hibernación en el curso de su primer viaje con sus padres.
Desde entonces, Christian desarrolló su idea: criar 30 ocas enanas para llevarlas hasta una reserva natural en Alemania y enseñarles una ruta migratoria protegida de los cazadores.
La empresa ha necesitado cinco años de preparación, durante los que Christian y su mujer, Paola, han tenido que aprender e inventar de todo para conseguir su objetivo. Convertirse en “padres adoptivos” de los ansarinos se convirtió rápidamente en la aventura de sus vidas.
Verano de 1999 en la campiña sueca. Una gran sombrilla en la mano derecha, una motosierra ronroneando en la izquierda. Paola y Christian están paseando tranquilamente por el campo. A sus pies, 33 pequeñas ocas correteando y piando. Cuando tengan que conocer el ultraligero, identificarán la sombrilla con el ala y la hélice del motor con el ruido de la motosierra.
Estos paseos ayudan a las aves a buscar comida. También son una ocasión para compartir un momento de complicidad con sus amigos humanos, yendo a nadar con ellos en los numerosos lagos de los alrededores. Durante tres meses, estos intercambios cotidianos entre hombres y ocas forman lo que llamamos la impronta, un período de adopción mutua.