¿Árabe? Sí, soy de origen árabe. Basta con mirar mi nariz”. La menuda mujer levanta la barbilla al sol para que pueda estudiar su pronunciado perfil. Se ríe con ganas cuando se vuelve hacia mí con sus oscuros ojos enmarcados por máscara de pestañas, sus rizos salvajes y su piel color ámbar. Pero no se llama Fátima o Jameela.
Silvia nació en una cueva, como la que me ha enseñado esta mañana, cuando nos encontramos en una ladera polvorienta en las afueras de la ciudad de Guadix, a unos 50 kilómetros al noreste de Granada. Era una cueva poco profunda con pequeñas habitaciones, hornillo y viejos muebles de madera.
“¡Mira!”, me dice, señalando el horno de hollín negro en la pequeña habitación de atrás. “Así era la cueva de mi abuela”. Su abuela, con siete hijos, tenía una panadería y una pequeña tienda en su cueva.
Una hora después, nos encontramos en un mirador, a las afueras de Guadix, una ciudad de 18.000 habitantes, con casas en el centro y más de 2.000 cuevas habitadas en los alrededores. Hay una enorme fortaleza de origen árabe del siglo XI, la alcazaba, con vistas a la ciudad antigua desde una colina en el centro. Cuando fue construida, Guadix era parte del reino de Granada, el último remanente del Califato Musulmán de Occidente desde la conquista árabe en el siglo VIII.
Cuando los ejércitos católicos del norte del rey Fernando y la reina Isabel derrotaron el último reino árabe en el sur de la península ibérica en 1489, el centro de la ciudad fue repoblado con cristianos del norte, y los habitantes musulmanes y judíos de Guadix fueron expulsados del centro hacia la periferia, donde más tarde se les dio la opción de convertirse o marcharse.
“Antes de la reconquista, la gente usaba las cuevas para los animales y para almacenar herramientas”, cuenta Silvia.
“Pero cuando los musulmanes fueron expulsados de la ciudad y llevados a las colinas, encontraron refugio con sus animales. Por eso vivimos todavía en cuevas”.
Patrimonio Cultural de la UNESCO
Durante siglos, Guadix y los pueblos de los alrededores fueron la parte más pobre y atrasada de Andalucía. La gente vivía de la tierra estéril, con cerdos y cabras, y producían ladrillos y cerámica con la arcilla que recogían mientras cavaban sus viviendas.
“Toda esta zona es arcillosa”, explica Silvia. Es parte de un área geológica más grande de lechos de ríos que se erosionaron durante el último medio millón de años. El sedimento de arcilla permaneció y se erosionó gradualmente en un paisaje de tierras baldías, creando un escenario perfecto para muchas películas del oeste que se rodaron en la zona. En la actualidad, la zona integra el Geoparque de Granada y es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, una importante atracción turística.
El suelo arcilloso de las colinas se puede cincelar fácilmente para crear espacios. Se ve de forma evidente en cuanto entras en estos refugios subterráneos perfectamente abovedados. Las paredes y los techos están cubiertos con miles de crestas paralelas, cada una de unos 15 centímetros de largo, donde la arcilla ha sido cincelada. Los productos de arcilla y las herramientas agrícolas de madera adornan el museo local de la cueva que ilustra cómo vivía la gente y lo que producían. Si poseían un par de animales, estos se mantenían en una habitación en la parte posterior de la cueva. Y no había instalaciones sanitarias. Solo una chimenea que se levantaba desde el suelo.
La cueva en la que creció Silvia tenía una habitación principal, un dormitorio y una habitación para Silvia y su hermana. “Cuando nació mi hermano pequeño, obviamente no podía dormir con nosotras”, se ríe. “Así que mi padre excavó una nueva habitación”.
Cosas como esta siguen recordando a Silvia su feliz infancia. Recuerda con una amplia sonrisa “teníamos un corral con gallinas. Pero también había pavos. Yo odiaba a ese animal y no me atrevía a salir, porque siempre venía corriendo hacia mí cuando estaba fuera. Corría hacia mi madre, llorando. Ella únicamente me decía que volviera y le diera con un palo, porque eso es lo que ella también hacía”.
Cerca de la naturaleza
Las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado fueron tiempos difíciles. España seguía siendo una dictadura con Franco. Andalucía era la parte más pobre del país, que al mismo tiempo se conocía en aquella época como el hermano pobre de Europa.
Como todos los padres, la madre y el padre de Silvia querían lo mejor para sus hijos, y ahorraron lo que pudieron para enviar a sus hijos a la escuela. “Querían una vida mejor para nosotros, en una casa”, dice.
Silvia tuvo la experiencia de vivir en una casa cuando se mudó a Londres para estudiar inglés y más tarde a Granada para ir a la universidad. Decidió que quería regresar para ayudar a desarrollar la región de donde venía. Luego conoció a José Miguel Rabaneda, un joven veterinario que también había decidido regresar a su región natal. “Ahorramos y finalmente pudimos comprar una colina y comenzamos a excavar”, dice Silvia, que ahora tiene 54 años, enseña inglés y trabaja como informadora turística para el desarrollo socioeconómico de la región. Ella y José Miguel tienen ahora una casa-cueva moderna con varias habitaciones y todas las comodidades.
“Es una forma de vida muy cercana a la naturaleza”, dice Silvia, “pero también sostenible cuando se piensa en el cambio climático. En su interior siempre hay una temperatura entre 18 y 22 grados, sea verano o invierno”.
“Hay otra ventaja”, apunta con una amplia sonrisa. “El wifi no traspasa las paredes, por lo que los niños solo pueden usar sus móviles en el salón”.
Autosuficientes
Los días en los que todos deseaban abandonar la zona han terminado. “Vendemos 5 cuevas por cada casa en esta zona”, dice Ailis Hannaford, agente inmobiliaria inglesa que ha vivido en una cueva durante más de 20 años. El desarrollo de cuevas modernas, con todas las comodidades de hoy, comenzó a principios de siglo, cuando las cuevas fueron descubiertas por los turistas, en busca de una casa de vacaciones asequible. “Primero vinieron los franceses, los británicos, los holandeses y los belgas”, dice. Pero desde la pandemia de COVID se ha producido un cambio en el mercado. “Muchos propietarios españoles que vivían en Madrid y en otras ciudades, sacaron sus cuevas del mercado. Han estado encerrados durante dos años, y muchos ahora deciden mantener la casa cueva que heredaron de sus padres o abuelos”.
Ahora que se ha descubierto que trabajar desde casa no solo es técnicamente posible a través de la conectividad online, sino que también es una forma eficiente de conciliar el trabajo con la vida privada, se ha producido un alejamiento de las ciudades. “Y algunas personas”, dice Ailis, “quieren ser energéticamente autónomas y vienen aquí para ser completamente autosuficientes con paneles solares para la energía y su propio pozo para el agua”.
Las cuevas son ahora tan populares que se prohíbe la excavación de cuevas nuevas. Si quieres vivir en una cueva ahora, tendrás que comprarla. Las inmobiliarias locales las ofrecen a partir de 40.000 euros por una cueva sencilla. A los nuevos propietarios se les permite ampliar y modernizar sus cuevas, siempre que fueran originalmente destinadas a viviendas. “Tiene que haber una chimenea en la cueva, para demostrar que alguien vivió allí antes”, dice Ailis.
Después de la modernización y ampliación, los precios pueden subir hasta 250.000 euros.
Esas cuevas de alta gama son difíciles de reconocer como viviendas cuevas, con sus frentes encalados de aspecto regular y coches en la puerta. Solo las chimeneas que sobresalen del suelo detrás de las fachadas dan la idea de su pasado subterráneo.
Ese día, después de pasear por este increíble paisaje durante horas, me reencuentro con Silvia y con su marido José, y mientras cenamos y nos tomamos un vino me cuentan lo mucho que ha cambiado la zona desde el final de la dictadura. José, que ha realizado una extensa investigación sobre una raza especial de cabras semisalvajes que viven en la zona, lo resume perfectamente cuando me cuenta cómo ha cambiado su trabajo. “Cuando empecé aquí hace 30 años, pasaba el 80 por ciento de mi tiempo tratando a animales de granja”, dice y añade: “ahora paso el 80 por ciento de mi tiempo en la clínica, tratando mascotas. Perros y gatos. E incluso conejos.”