La primera vez que Nikhil Shukla se adjudicó un récord mundial Guinness, dos millones de personas se presentaron a presenciarlo. De pie en un improvisado estrado justo antes del amanecer, en enero de 2012, Shukla, entonces de 28 años, nunca había visto una multitud tan gigantesca en su vida. El público que se congregó en esa polvorienta parcela en el oeste de India había respondido a la llamada de una comunidad Gujarati que buscaba que la gente hiciera parejas y se diera la mano entre ella, estableciendo un récord mundial de apretones de manos simultáneos.
Shukla es el único representante de Guinness World Records en la India, y ha concursado desde entonces con muchas situaciones como ésta. Llevó siete horas contar a 48.870 personas y reunirlas en una zona de espera donde, una vez que se les dio una señal, se dieron la mano durante cinco minutos. “La gente reía, jugaba a que eran viejos amigos que se reencontraban”, recuerda Shukla. “Fue mágico”. El récord no se ha roto desde entonces.
Actualmente, casi una décima parte de todas las solicitudes de Guinness World Records provienen de la India, y el número de récords ha aumentado un 250 por ciento en los últimos cinco años. En 2013, los indios solicitaron cerca de 3.000 registros, justo detrás de Estados Unidos y Gran Bretaña. Muchas de estas hazañas son, al igual que el frenesí de apretones de manos, récords de participación multitudinaria: la donación de sangre más grande (102.015 donantes) o la pirámide más grande de motociclistas (201 hombres y diez motocicletas). Los récords individuales muestran creatividad maníaca y habilidad: cultivar un pelo de oído de 18 centímetros de largo; tocar la guitarra en el Everest; mecanografiar una frase de 103 caracteres en 46,3 segundos con la nariz; hacer limbo skating bajo una hilera de 27 coches aparcados, en 23 segundos.
Shukla es un hombre pequeño con un bigote bien arreglado y musculatura de sus días como boxeador y jugador aficionado de rugby. Impasible y sensato, ni siquiera él puede evitar asombrarse por el fervor de sus compatriotas por los récords Guinness. Cuenta la historia de Shridhar Chillal, un hombre de setenta y tantos años que dejó de cortarse las uñas de la mano izquierda en 1952 y, como consecuencia, tiene el récord de las uñas más largas del mundo en una sola mano: una longitud combinada de 609 centímetros. Las uñas son tan frágiles que la mano se ha vuelto inútil. “Las limpia todos los días con vaselina y ácido bórico”, dice Shukla mientras agita la cabeza con asombro.
El libro Guinness de los Récords, que celebra su 60 aniversario este año, fue célebremente concebido para resolver absorbentes disputas en un bar. En noviembre de 1951, los miembros de una excursión de caza en la Irlanda rural pasaron horas disparando —y fallando— a chorlitos dorados. Esa noche, los frustrados cazadores, entre ellos Sir Hugh Beaver, el director gerente de la cervecería Guinness, se preguntaron en voz alta si sería el ave de caza europea más rápida. “Se le ocurrió a sir Hugh”, decía una nota en la 31ª edición del libro, “que no había libro que resolviera discusiones sobre los récords”.
Sir Hugh contrató a Ross y Norris McWhirter, gemelos que dirigían una pequeña agencia en Londres que suministraba datos y cifras a los periódicos británicos, para investigar el primer libro Guinness. (El libro se llama así por la fábrica de cerveza, pero Guinness World Records ahora pertenece a un conglomerado canadiense). En 1955, Norris McWhirter rememoró la forma en que abordó su tarea: “Comenzamos a mandar cartas a astrofísicos, médicos, meteorólogos…”. El objetivo era simplemente crear taxonomías de las maravillas que de inadvertidamente habían proporcionado la naturaleza o la historia.
A medida que la popularidad del libro crecía, cada vez más aspirantes intentaron superar a la naturaleza con hazañas sui generis que podrían ser incluidas en sus páginas. Ahora Guinness World Records mantiene una base de datos de 40.000 récords, de los cuales solamente de 3.000 a 4.000 se trasladan al libro impreso. La competencia es feroz; los editores son inundados anualmente con 50.000 solicitudes.
Shukla trabajaba como reportero mientras estaba en la universidad. Se fue a Pune para estudiar Comunicación de Masas y terminó en Bombay, trabajando para la división de marketing rural de Ogilvy & Mather. Entre anunciantes, dijo Shukla, la primera década del siglo fue una época de gran emoción para la India rural, los pequeños pueblos y aldeas que acababan de conocer la prosperidad se llenaban por primera vez de consumidores. El trabajo de Shukla era hacer campañas publicitarias locales y eficaces.
En 2011, en nombre de su cliente, contactó a Guinness World Records en Londres para organizar un récord publicitario: alinear todos los platos que pudieran ser limpiados por una sola botella de líquido lavavajillas. (La cifra final fue de 15.300 platos colocados a lo largo de 3,7 kilómetros en la playa de Chennai). Guinness World Records pidió su opinión a Shukla, y después le dijo que quería contratar a alguien en la India, un mercado alcista para los récords.
Shukla piensa que el auge de Internet disparó ese crecimiento. Sin cobrar, un aspirante a dueño de un récord simplemente puede hacer una solicitud a través de la página web de Guinness World Records.
La persecución de un récord sigue un arco rápido y transparente. Si la solicitud es para una categoría que ya existe, un funcionario la responde detallando las estrictas reglas que deben seguirse para desafiar el récord. Si la categoría es nueva, a Guinness World Records le lleva más tiempo establecer las reglas ya que debe consultar a expertos para averiguar cómo se puede cuantificar el campo. Un solicitante intenta romper un récord, envía a Londres un video y declaraciones juradas de testigos y luego espera un mes o dos para saber si el intento ha tenido éxito. Sin embargo, por una cuota que parte de 5.100 libras (unos 7.000 euros), un adjudicatario irá hasta donde esté el solicitante para mirar y dictar sentencia sobre el récord.
Shukla pasa la mayor parte del tiempo promocionando la marca o consultando a empresas que quieren romper récords con fines promocionales. (Shukla no puede garantizar que tales intentos tengan éxito, se limita a ofrecer ideas, pero esos eventos ayudan a mantener rentable a Guinness World Records. “Al final del día, somos un negocio”, dijo Shukla.)
También responde las preguntas de los indios que se preparan para sus intentos, explicando qué tipo de funcionario local puede servir como testigo o por qué la prueba en video de un intento tiene que estar inalterada. También funciona como una especie de buscador de talento: peina periódicos en busca de logros curiosos y visita ferias de pueblo.
Hay quienes ostentan récords por todo el país y que se podría pensar que son aprendices de Shukla, personas a quienes apoyó mientras perseguían sus sueños. Uno es Harshvardhan Gupta, un chico de 24 años, expresión feliz y bíceps como pitones sobrealimentados, que en el verano de 2014 lanzó una bombilla 33,5 metros. Gupta vive con sus padres en la franja noroeste de Delhi. Cuando fui a verlo, su tío, tía y madre se sentaron con nosotros, escuchando orgullosos.
Gupta hacía flexiones desde adolescente, y en 2013 escribió a la Asociación de Récords Mundiales con sede en Hong Kong para reclamar el récord de más medias flexiones en un minuto. Sin embargo, cuando empezó a navegar por la página web de Guinness World Records, las categorías de flexiones no le atrajeron en absoluto: “Yo quería lanzar”. Los récords enumerados en la web incluían el lanzamiento de, entre otros, una bombilla. Gupta compró una, fue a un parque cercano y la lanzó 31,9 metros. El récord en ese momento era de 32,5 metros.
Una bombilla no está diseñada para el vuelo. En más de una ocasión Gupta lanzó unapor su extremo de vidrio redondeado, agarrándolo con tanta fuerza que se astilló. Cambió su técnica y apoyó su pulgar en la curvatura de vidrio y los dos primeros dedos presionaran la base de la bombilla. Hacía ejercicio a diario, pero practicó su lanzamiento solo cada dos semanas; aun así lanzó más de 500 bombillas.
Cada tres o cuatro días Gupta llamaba a Shukla con una pregunta. ¿Podría ayudarle con su récord? ¿Dónde podría encontrar a un perito para que atestiguara su hazaña?
En julio de 2014, Gupta se dirigió a un centro comercial abandonado junto a un amigo, un notario civil y un equipo de camarógrafos. No tenía las 25.000 rupias (550 euros) para pagar al dueño del centro comercial por encender el aire acondicionado, así que continuó en el sofocante calor del verano.
Hubo un problema técnico. Gupta descubrió que las cámaras no estaban grabando. Experimentaron con ángulos y distancias: “Perdimos tres horas”. Entonces alguien sugirió pintarla de rojo.
Más tarde, Gupta hizo sus primeros intentos. “Lo lancé diez veces. No superaba la marca”. El notario, involucrado en el récord, pidió a Gupta rezar una breve oración antes de intentarlo una vez más. “Lo lancé, y lo logré”.
Gupta es licenciado en tecnologías de la información, pero no logra encontrar trabajo en ese campo. Menciona sus récords en su currículum, pero no han ayudado. Un reclutador le dijo que si los récords demostraran destreza mental, más que física, podrían ser más útiles. Pero al igual que miles de indios en circunstancias similares, Gupta optó por centrarse no en mejorar sus habilidades laborales, sino en el establecimiento de récords.
Vinay Lal, un historiador de la Universidad de California, en Los Ángeles, señaló que la primera oleada de solicitudes de la India se produjo durante la década de 1980, mientras llegaba al país la modernidad occidental. “El libro Guinness”, escribió Lal, “es el medio de los pobres de la India para adquirir capital cultural”.
Shukla reflexiona sobre el entusiasmo de sus compatriotas por los récords. Por un lado, dijo, “India es posiblemente el país más competitivo del mundo”. Siempre hay más gente que recursos, por lo que compiten con otros por todo: tarjetas de subsidios alimentarios, billetes de tren, vivienda pública. Esta implacable competencia, piensa, se canaliza de forma natural en la búsqueda de récords.
Conocí a otro alumno de Shukla, Dinesh Upadhyaya, en su casa de Bombay. Upadhyaya ha establecido 47 récords. “Me especializo en los récords bucales”, dijo en referencia a las variedades de objetos que se ha metido en la boca para romper récords: más velas encendidas (12), uvas (79), palillos chinos (192) y pajitas (1001).
Para ganarse la vida, Upadhyaya da clases de matemáticas y ciencias a estudiantes de secundaria. Intentó incorporarse a la función pública, pero no pasó los exámenes. Perseguir los récords le ayudó a seguir adelante, hasta que esa obsesión lo absorbió por completo, por lo que ahora pasa cinco horas cada noche practicando para su próximo desafío. “Es una locura. Una locura cien por cien”.
Una mañana de diciembre de 2014 llegué a DLF Emporio en Delhi, donde Ishika Taneja, una artista del maquillaje de 26 años, tenía previsto establecer un récord para aerografiar más caras en una hora. Un leal grupo de espectadores —amigos y familia de Taneja— ocupaba las sillas dispuestas alrededor de una gran pasarela, como en un desfile de moda. Un maestro de ceremonias farfulló sin tregua mientras las modelos permanecían de pie en la pasarela, con el cabello recogido, temblando en silencio. Shukla no estuvo disponible ese día, así que otro juez, Lucia Sinigagliesi, voló desde Londres. Taneja y sus padres, dueños de una cadena de salones de belleza, cubrieron la mayor parte de los gastos. No gastaron menos de un millón de rupias: el salario de un año para la mayoría de los indios.
El récord mundial Guinness requería 25 caras, cada una con facciones, sombras de ojos y brillo de labios muy distintas. Se mostraba un cronómetro en una pantalla detrás del escenario mientras de los altavoces salía música. Taneja trabajó con una concentración admirable, considerando el frío, los diseños 3D en sus uñas y el bullicio de los fotógrafos a su alrededor. Terminó su tercer juego de diez modelos cuando aún le quedaban 28 minutos en el reloj. Sinigagliesi analizó los dibujos y levantó las manos con ambos pulgares hacia arriba.
“¡Tenemos un récord mundial!”, rugió el maestro de ceremonias.
Las páginas del libro Guinness ofrecen una paridad notable a sus estrellas de un país de grandes desigualdades como la India: los lujosos esfuerzos de los de Taneja comparten espacio con humildes hazañas. Un productor de leche de un pueblo cercano a Bombay llamó recientemente a Shukla con algunas preguntas sobre el récord que tenía en mente: la mayor cantidad de sentadillas realizadas en una hora. Debía tener más de 50 años, dijo Shukla, pero había estado haciendo sentadillas durante décadas, como parte de sus ejercicios.
“¿Por qué ahora?”, preguntó Shukla.
“Mi hija se va a casar el año que viene”, dijo el granjero. “Quiero que la familia de su marido sepa que valgo algo”.
El desafío del granjero seguía aún en deliberación al cierre de esta edición, por lo que Shukla no sabía si sería un éxito. “Pero el periódico local publicó la noticia, y su familia posó con él en la fotografía. En realidad eso era todo lo que él quería”.