El piso donde vivía Laura Docherty, de 46 años, con sus tres hijos en Glasgow (Escocia), apenas los protegía de la lluvia y el viento. “Las cañerías habían estallado y la casa estaba llena de moho”, dice Laura. En julio de 2016, las autoridades locales declararon el edificio en ruinas. Pese a lo mal que estaba, ese piso había sido su hogar. Cuando Laura recogió las pertenencias de la familia y cerró la puerta tras de sí, le golpeó la realidad: se habían quedado en la calle.
Laura había sido consultora empresarial, pero los enfrentamientos con un socio le provocaron un trastorno de estrés postraumático. Incapaz de trabajar, depende de las ayudas del gobierno, insuficientes para cubrir los gastos de alquiler de una vivienda. Al no recibir respuesta de las solicitudes para una vivienda social, durante los siguientes 17 meses, la familia pasó de un espacio en el suelo del estudio de una amiga de Laura, a un piso sin amueblar que se estaba renovando, sin bañera ni ducha, a un alquiler a corto plazo en un lugar que no era mucho más habitable que el que se habían visto obligados a dejar. Al final, en diciembre de 2017, la solicitud de Laura los llevó a una vivienda permanente.
Es difícil imaginar la cadena de sucesos que llevan a alguien a quedarse sin hogar. Puede que pensemos “a mí no me pasaría algo así”. Pero
pasa, y cada vez más. No hay una cifra exacta de personas sin hogar en Europa, ya que cada país cuentan a las personas sin hogar (ya sea a corto o largo plazo) de formas diferentes. De manera parecida, no hay un sistema paneuropeo de registro de sexo o edad de las personas sin hogar. Sin embargo, Freek Spinnewijn, director de la Federación Europea de Asociaciones Nacionales de Trabajo para Personas Sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés), una red de apoyo para organizaciones de la UE que ayuda a los “sin techo”, estima que unos cuatro millones de personas experimentan algún periodo de indigencia, y la cifra aumenta. Según los últimos datos del Proyecto HOME_EU, que ha encuestado a la población de ocho países europeos, España tiene el mayor porcentaje de prevalencia de personas sin hogar en algún momento de su vida, con un 12,6%.
La mayoría tenemos la imagen de un hombre de mediana edad durmiendo al raso o pidiendo limosna en la calle, y esa gente es la que representa a la mayor parte de los “sin techo” a largo plazo, dice Spinnewijn. “Pero si nos fijamos en los sectores de la población donde más aumenta el número de personas sin hogar, no es entre los hombres solteros”, dice Spinnewijn, que señala a personas de entre 18 y 29 años, y gente como Laura. “Hemos visto un aumento en el número de familias sin hogar”.
En su mayor parte, es esta categoría de personas “sin techo” a corto plazo con la que se ha encontrado el profesor Nicholas Pleace, director del Centro de Política de Viviendas de la Universidad de York, en Gran Bretaña.
“Sus características principales son ser pobres y tener mala suerte”, dice Pleace. Personas que, como Laura y sus hijos, se quedan sin hogar después de que la vida les haya dado un revés del que les cuesta recuperarse. Los discapacitados son especialmente vulnerables a quedarse sin hogar, pero también las mujeres que huyen de la violencia doméstica (por lo general, con niños), afirma, y aquellos que no encuentran trabajo o no ganan lo suficiente. En muchos países europeos, las viviendas sociales disponibles también han disminuido desde 2007 debido a los programas de austeridad. Y, como los precios de los alquileres han aumentado mucho más rápido que los salarios, cada vez más personas están en riesgo de quedarse sin vivienda.
La solución, por supuesto, sería revertir el cambio. Deberían habilitarse muchas más viviendas sociales, y rápidamente, para alojar a la cantidad creciente de necesitados. Y las estrategias de los gobiernos deberían incluir prevención contra la indigencia. Aunque 23 de los 28 países de la Unión Europea proporcionan algún tipo de vivienda a quienes lo necesitan, por lo general en forma de ayudas, FEANTSA informa de que las ayudas para el alquiler no se han actualizado con respecto a los gastos. Cuando los salarios son insuficientes para cubrir los costes, dejan de poder pagar el alquiler, son desahuciados y se unen a la población de personas sin hogar.
Por otra parte, la gente que lleva años sin hogar, en especial los que sufren problemas mentales o adicciones, no se reintegran con tanta facilidad. La sociedad normalmente los trata como niños testarudos, limitándoles las ayudas hasta que prueban que saben comportarse. En lo que se conoce como modelo “escalera”, tienen que demostrar que están “listos para tener un hogar” superando una serie de pasos, como evitar el consumo de drogas y alcohol, resolver sus otros problemas de comportamiento y encontrar trabajo. Los hogares de transición o temporales, en los que las personas tienen su propio apartamento o habitación de hotel, por ejemplo, por un corto espacio de tiempo, es un último paso en esa escalera y les proporciona estabilidad temporal. Pero si tropiezan una vez vuelven a la calle.
Aunque probablemente haya medio millón de camas temporales en refugios en toda Europa, Freek Spinnewijn dice que sigue sin haber espacio para todos. “Hay muy pocos refugios con espacio para parejas, así que puede que elijan dormir en la calle si no pueden estar juntos". Aquellos con mascotas también rechazarían una cama si sus animales no pueden acompañarlos. Y como la mayoría de los refugios no admiten personas con signos evidentes de embriaguez, no suele haber muchas alternativas a la calle. Pero todos necesitamos un lugar cálido en las noches frías. No es un secreto que en Europa personas “sin techo” han muerto por la exposición al frío. El invierno pasado, solo en Hungría unas 90 personas sin hogar murieron congeladas mientras dormían a la intemperie. En España, cada seis días muere una persona sin hogar en la calle, según Rais Fundación. Pero hay una solución para las personas sin hogar a largo plazo que está funcionando y abre una puerta a la esperanza. Se llama Housing First.
Sin rumbo tras su divorcio y sin trabajo fijo, Mika Hannula, de 49 años, originario de Helsinki, en Finlandia, se quedó sin hogar. Durante cinco años vivió en un limbo. Por el día hacía trabajos gracias a sus habilidades como carpintero.
Cuando no podía pagarse una habitación o usar el sofá de algún amigo compasivo, dormía en un albergue para personas sin hogar. Admite que bebía demasiado. Era uno de sus pocos consuelos en la vida. Una tarde de invierno, cuando la temperatura bajó hasta los -27 grados centígrados, Mika llegó tarde al albergue. Todas las camas estaban ocupadas. “Fui a un baño público”, dice Mika, “puse unos periódicos y dormí un poco”. Por suerte, historias como las de Mika Hannula son cada vez más raras en Finlandia donde, al contrario que en el resto de países de la UE, la cifra de “sin techo” crónicos a largo plazo está disminuyendo. Finlandia, que considera la vivienda un derecho básico, ha adquirido un compromiso nacional para acabar con la situación de las personas sin hogar con un programa de Housing First llamado Name on the Door, gestionado a través de la asociación sin ánimo de lucro Y-Foundation.
Housing First es exactamente lo que parece. Si las personas que no tienen techo de forma permanente necesitan un hogar, es lo primero que se les da. El resto es secundario. La abstinencia de las drogas o el alcohol no es un requisito. “Pueden conseguir un piso sin condiciones”, dice Juha Kaakinen, director de Y-Foundation. Al contrario que los albergues o las viviendas de transición, un piso de Housing First es una vivienda permanente. Y el programa no asume que las personas se han quedado sin hogar porque han hecho algo malo. “Este enfoque de colaboración, sin juzgar a la hora de proporcionar apoyo parece hacerlo más eficaz”, dice el profesor Pleace.
Hasta la fecha, Y-Foundation ha construido y renovado edificios para usarlos como bloques de pisos por varias ciudades, con personal que asiste en la reinserción social. Juha Kaakinen dice que “si tienes problemas, intentas resolverlos sin desahuciar a la gente”. Además de las viviendas de apoyo, Y-Foundation es dueña de unos 6.000 hogares individuales, repartidos por el país, para las personas que necesitan menos servicios. Como resultado del programa Name on the Door, la indigencia crónica se ha reducido en un 35% en siete años, 1.345 personas menos sin hogar. En Noruega, que tiene un programa parecido, el número de personas sin hogar se ha reducido en un 36% en cuatro años, 2.350 personas menos. “Es más”, afirma Juha Kaakinen “con la estabilidad y la dignidad recuperadas, crece el hambre por una vida con sentido". Ese fue el caso de Mika Hannula. En 2017, entró por primera vez en su propio piso Name on the Door. “Por la mañana pude sacar comida de mi propia nevera. Casi lloro”, dice Mika. Ahora ha vuelto a trabajar ininterrumpidamente como carpintero.
En Finlandia, el programa Name on the Door está financiado, en gran parte, por el impuesto sobre apuestas, y recibe fondos estatales y privados. Juha Kaakinen no considera que sea demasiado caro. “Alojando a una persona sin hogar, nos ahorramos, como mínimo, 15.000 euros del dinero de los contribuyentes [al año]”, dice. Y eso incluido el coste de comprar y mantener la vivienda. Esto se debe a que viviendo en la calle utilizas más los servicios sociales que cualquier vecino con casa, y necesitas más interacción con el sistema legal. Ambas cosas cuestan dinero a la sociedad. Al igual que la falta de salud.
Vivir en condiciones antihigiénicas supone ser más susceptible a enfermedades como el tifus, la fiebre de las trincheras y otras enfermedades casi erradicadas que reaparecen entre los “sin techo”. La tuberculosis, una enfermedad que se propaga en condiciones de hacinamiento, es nueve veces más predominante entre las personas sin hogar. Lo que le falta a la mayoría de los gobiernos europeos es la voluntad política de invertir en erradicar la indigencia, pero eso podría cambiar tras los éxitos en Finlandia y Noruega del programa Housing First, en comparación con los fracasos en países que usan el sistema de escalera. Quince países han empezado programas piloto.
El programa Housing First de Francia está experimentando que el enfoque integrado funciona mejor. “Estamos al comienzo del cambio de paradigma”, dice la Dra. Pascale Estecahandy, coordinadora nacional del programa. El caso de Elise Martin es un ejemplo. Estudiante de arte, a los 22 años dejó los estudio y se unió a una caravana de amigos en una aventura bohemia alimentada por la heroína que duraría años. Pero la vida nómada perdió su encanto con el paso de los años. La calefacción, la electricidad e incluso la higiene eran lujos disponibles fugazmente.
Buscó ayuda en un programa piloto de Housing First en Grenoble, y un compañero la puso en contacto con el servicio de alojamiento. Ocho meses después, con un hogar propio y el apoyo de Housing First, Elise no solo consiguió tener un techo sobre su cabeza, sino que superó su adicción. Ahora, a sus 36 años, trabaja para Housing First y ha vuelto al mundo del arte. Para las personas en la situación de Elise, el hecho de conseguir las llaves de su propia casa no significa que hayan resuelto todos sus problemas, así que hay una persona de apoyo por cada diez inquilinos, y se los anima, sin coaccionarlos, a tomar mejores decisiones en sus vidas. Como resultado, el 85 por ciento de los inquilinos de Housing First en Francia siguen en sus viviendas dos años después.
En España, el programa Hábitat, basado en la metodología Housing First, se desarrolla desde 2014 por Rais Fundación, y los resultados son prometedores. Según esta organización, el 96% de las personas mantienen su vivienda y el 25% ha recuperado sus lazos familiares. En 2018 se unieron 330 viviendas al programa en municipios de toda España, y se espera que se sumen más.
Al igual que Finlandia, Francia ha descubierto que Housing First es una inversión rentable. De media, Francia paga 30.000 euros al año por los servicios de cada persona que vive en la calle, pero por un inquilino de Housing First, el coste medio disminuye más de la mitad, unos 14.000, tras descontar el coste de la propia vivienda. Lo que es más importante, las personas a las que una vez se consideró como parias empiezan a disfrutar de las vidas que el resto de nosotros dan por sentadas. Vuelven a conectar con familiares y amigos de los que se habían distanciado, van al médico, reciben formación, un empleo o realizan trabajos voluntarios.
En España, se estima que el coste medio del programa es de 48 euros al día, similar o menor al de muchos de los recursos existentes.
La mayor lección del ejemplo de Finlandia es que hay que comprar, construir y reformar casas para incorporar al programa. Freek Spinnewijn, de FEANTSA, advierte que, incluso con semejante compromiso llevará una década, o quizá más, construir o reformar casas para todos los que las necesitan.
Aunque quizá lo que más necesitemos sea empatía. “Es bastante fácil olvidar que una persona sin hogar es otro ser humano”, dice Pleace. “Si se le da el apoyo necesario, tiene esperanzas, aspiraciones y deseos como cualquiera. Quiere un lugar para vivir. Un trabajo. Una relación”. Al igual que el resto de nosotros, merece esa oportunidad. Debemos a todos la oportunidad de un futuro mejor.