¿Cuándo fue la última vez que enviaste una nota de agradecimiento a un amigo que te invitó a cenar? ¿No lo recuerdas? ¿Sabes por qué? Quizá porque nunca lo has hecho. Ya nadie lo hace. Desde que podemos dar cuenta de nuestra vida en Facebook y en Instagram, las reglas de educación han cambiado. Bueno, corrijamos eso. Preguntamos a nuestro alrededor qué asuntos de educación les plantean un reto, y luego pedimos a algunos expertos asesoría sobre la manera correcta de proceder. Si te gustan sus consejos, les puedes enviar una nota de agradecimiento. Sería un bonito gesto.
Dar el pésame
“El marido de una amiga mía acaba de fallecer. No lo conocía mucho, pero aun así lo lamento”.
Todos sabemos lo que hay que hacer en una situación como ésta: escribir una tarjeta con nuestras condolencias y enviarla de inmediato. Pero, ¿y si no tienes una tarjeta a mano? ¿O ni siquiera sabes dónde se venden ahora tarjetas postales? ¿O no tienes la dirección de tu amiga y no se te ocurre buscarla en tu agenda hasta las 11:30 de la noche, cuando ya estás en la cama y te acuerdas que aún no has enviado la tarjeta? Te sientes fatal por no haberlo hecho... pero estás tan calentita en la cama, que en realidad no quieres salir de ella ni ponerte a hacer nada.
Si sientes el impulso de enviar un mensaje de whatsapp con un emoticono de cara triste solo por hacer algo, contente; eso equivale a dar un “me gusta” a algo visto en Facebook. Sin embargo, todavía puedes hacer algo. Cuando se trata de dar un pésame, “no hay límite de tiempo”, dice Anne Klaeysen, de la Sociedad de Cultura Ética de Nueva York. De hecho, a veces es más reconfortante para quien está pasando por esa situación recibir el pésame un poco después de la oleada inicial de atención, cuando la vida de todo el mundo ya ha vuelto a la “normalidad”.
Si entonces le envías una nota a tu amiga, incluso por correo electrónico, ella lo apreciará más. Y, añade Klaeysen, será mejor si la nota incluye alguna breve anécdota sobre la persona fallecida (que no termine con algo como “Y aún no me lo ha devuelto”).
Dividir una cuenta
“Salí a cenar con mis amigos y me pedí solo una hamburguesa. Ellos pidieron paté, langosta y copas, pero la cuenta se pagó a partes iguales”.
Te ayudaría vivir en Alemania, al menos a la hora de pagar una cuenta. Allí “todos presuponen que las cuentas se pagan por separado”, dice Siobhan Callahan, estadounidense que enseña inglés en la ciudad alemana de Bremen. De hecho, añade, la camarera se acercará a la mesa al final de la cena y a cada comensal le dirá: ‘A ver, un café de 1,50 y una hamburguesa de 15, son 16,50’. Hará todas las sumas mentalmente”.
Eso sería más cómodo para personas como yo, que tenemos que prepararnos antes de salir a cenar, a sabiendas de que la cuenta probablemente se dividirá a partes iguales y a pesar de que pediremos algo mucho menos caro (por mil razones psicológicas, sociales y económicas) que todos los demás. Yo trato de pensar en ello como un impuesto a la diversión, el precio que debo pagar por socializar. Lo intento honestamente.
Archelle Georgiou, médica y empresaria estadounidense, ha encontrado una forma elegante de evitar este problema. En vez de pedir tres langostas para ti, si tus amigos comen y beben mucho, haz lo que hace ella. “Le pido a la camarera desde el principio que lleve mi cuenta aparte”, dice. “Es algo entre ella y yo, pero todos me oyen decirlo, y hasta ahora me ha funcionado muy bien”.
Mientras el mundo no adopte las costumbres alemanas, ésa podría ser tu mejor opción, sobre todo si solo sueles pedir una ensalada.
Negarse con tacto a prestar el coche
“Mi primo es un pésimo conductor, y quiere que le deje mi coche un día. ¿Debo ceder?”
No es una cuestión de generosidad, sino del tipo de daño que tu primo, tu coche o ambos podrían sufrir, así que no te sientas obligado a darle las llaves. Si tienes tiempo y disposición, ofrécete a llevarlo, o si tienes dinero, a pagarle un taxi; de lo contrario, puedes decir: “¿El jueves? ¡Ese día lo necesito!”, sugiere Jodi R. R. Smith, presidenta de la firma Mannersmith Etiquette Consulting. Pero, hagas lo que hagas, añade, “no te sientas obligado a prestarle a nadie algo que es muy valioso e importante para ti”. Terminar cediendo no significa ser generoso, sino complaciente.
“Di: ‘Lo siento, pero no puedo’, sin más explicaciones”, señala la psicoterapeuta Tina Tessina. Pero si sientes la imperiosa necesidad de dar alguna excusa creíble, abstente de decir la dolorosa verdad: “¡Es que eres un peligro al volante!” En lugar de eso, usa una salida fácil; di algo amable pero firme, como “No tengo seguro a todo riesgo”, aconseja Maggie Oldham, creadora de un blog sobre reglas de cortesía modernas.
No recibir una invitación esperada
“No me invitaron a un evento al que esperaba recibir invitación”.
Enterarte de un evento al que al parecer asistirá todo el mundo menos tú (una boda, un bautizo o incluso una foto de grupo) porque nadie te ha invitado puede herir tu ego. ¿Qué hacer en un caso así? Si el anfitrión no es alguien a quien conozcas mucho, no lo tomes a pecho, aconseja el doctor Howard Forman, del Centro Médico Montefiore de Nueva York: podría haber limitaciones de espacio, de presupuesto o de otro tipo.
Ahora bien, si es tu sobrina la que se va a casar y el resto de la familia ya está comprándose el vestido, entonces sí debes averiguar el motivo de la exclusión. Llama a tu hermano y pregúntale con calma si hay alguna razón por la que no has recibido invitación. Quizá se equivocaron en algún dato al enviarla por correo o mensajería. Imagina lo aliviado que se sentirá tu hermano cuando sepa que tu silencio o enfado se debía a un simple error, y no a un desprecio deliberado.
Pero si realmente hay una razón por la que no te han invitado, es probable que vuestra relación esté dañada y debas intentar arreglarla. Proponle a tu hermano un “pacto de arrepentimiento”: si algún día os reconciliáis, ambos sentiréis que no hayas asistido a ese evento. Luego promete que te comportarás, llevarás un bonito regalo, no harás ningún brindis (o que lo harás) u otra cosa que tu hermano desee. Ése podría ser el inicio de una buena relación.
Con niños malcriados
“Un buen amigo mío tiene un hijo de 10 años que es un pequeño bicho. Cada vez que nos visitan, mi hija, de la misma edad que ese niño, termina llorando o imitándolo. No quiero verlos juntos nunca más”.
Cuando vayan de visita, podrías decirle a tu amigo que tu hija no puede bajar a jugar con su retoño porque se va lavar el pelo desde ese día hasta que salga de la universidad, pero lo más probable es que no cuele. “Cuando era pequeña, el hijo de unos amigos de mis padres cogía mis juguetes e invariablemente los rompía”, recuerda la psicoterapeuta Tessina. “Ante esta situación, mi madre decidió ayudarme: cuando ese chico iba a venir a la casa, escondía mis juguetes favoritos antes de que llegara”.
Esa señora era una madre juiciosa que entendía muy bien la situación (quizá por eso Tessina se convirtió en psicoterapeuta). Pero hay niños malcriados que pueden sacar lo peor de los demás niños, y eso ocurre cuando pasan tiempo juntos.
Planea actividades durante las cuales los niños no puedan interactuar, como ir al cine. Otra táctica es sentar al trasto la próxima vez que vaya a tu casa y tener una charla seria con él delante de sus padres. La doctora Georgiou dice cosas como ésta: “Solo quiero comentarte las normas de esta casa para que nadie se haga daño. Tenemos mucho cristal en casa. Si golpeas esta mesa y rompes el cristal, podrías cortarte, ¡y tendrían que coserte la herida en el hospital!”
En otras palabras, hace hincapié en el comportamiento que espera del niño, y describe la escena de las consecuencias de desobedecer, lo que hace que el niño lo entienda delante de sus padres, y estos estén enterados también y controlen a su hijo. (Por cierto, en la casa de la doctora ¡nadie toca ya la mesa de cristal!)
Salir a cenar con alguien que está a dieta
“Voy a salir a cenar con una amiga que intenta perder peso”.
“El segundo día de una dieta es más fácil que el primero: al segundo día ya no estás a dieta”, dijo un bromista. Pero lo cierto es que nadie suspende una dieta solo porque su amiga pide un filete gratinado cuando salen a cenar, dice el doctor Forman. La comida está en todas partes, así que si tu amiga quiere carne y queso, no necesita que se los pongas delante: puede conseguirlos donde sea.
Sin embargo, hay una cosa muy amable que puedes hacer cuando sales a cenar con una persona que está a dieta, dice la consultora Jodi R. R. Smith: no pedir postre.
El postre debería servirse con dos tenedores. Nadie espera que le ofrezcas un trozo de filete, pero es raro pedir una tarta de chocolate con coulis de frambuesa sin 1) recordar la vez que buscaste en el diccionario qué significa coulis, y 2) ofrecer una cucharada (aunque solo sea por cortesía) a todos en la mesa.
Otra cosa que puedes hacer es abstenerte de dar consejos sobre la dieta. Cósete los labios antes de decir: “¿No le irás a poner esa salsa a tu ensalada, verdad?”, o “¿Estás segura de que quieres eso?”, dice Karen Yankosky, abogada que tiene una web sobre citas amorosas y relaciones. “No importa si tú tienes una cintura de modelo; tan solo cierra la boca”.
Afear al perro
“Unos amigos míos de otra ciudad van a venir a visitarme. Hace un rato llamaron para preguntarme si pueden venir con su perro”.
Aunque puedes tener el impulso de decirles a tus amigos: “Claro, podéis traer al perro a mi casa, mientras yo pueda llevar mi elefante a la vuestra”, no lo hagas. El doctor Forman comenta: “Si algo he aprendido en la vida es que uno no quiere nunca tratar con alguien que está en contra de los perros. Si unos amigos míos quisieran venir a mi casa con su perro, les preguntaría: ‘¿Dónde os gustaría que durmiera el perro, y qué podemos darle de comer?’ Los perros son muy importantes para muchas personas”.
Ahora bien, si eres alérgico o tu casa está llena de cosas frágiles, alfombras y cactus, puedes decírselo con tacto a tus amigos y esperar que capten la indirecta. “Tú casa no es una perrera”, dice Crystal L. Bailey, directora del Instituto de Etiqueta de Washington.
Pero tal vez la táctica más eficaz consiste en hacer creer a los demás que realmente te importan los perros. Cuando unos invitados de la doctora Georgiou le preguntaron si podían llevar a su casa a sus tres perros (sí, nada menos que tres), ella contestó: “¡Por supuesto!” Sin embargo, añadió que no estaba segura de que los perros lo pasarían bien porque ella tenía también un perro y era muy huraño, así que los perros de sus amigos tendrían que quedarse en el tendedero casi todo el tiempo. “Como tenemos planeadas muchas cosas con vosotros para el fin de semana, los perros no lo van a pasar bien”, les dijo. En otras palabras, le das la vuelta a la tortilla y les haces ver que los perros te importan mucho, pero a la vez consigues lo que quieres!
La doctora Georgiou quedó como una anfitriona amante de los perros, pero también como alguien que, aunque adore a estos preciosos animales, no puede hacer nada para acogerlos durante el fin de semana. Se salió con la suya sin molestar a nadie.