Tejedor, experto en lenguaje digital y profesor del Departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, está acostumbrado a ver a sus estudiantes mirar el móvil mientras se toman el café en vez de hablar entre ellos. “Están cambiando los hábitos comunicativos muy rápidamente”, explica. “Y uno de los cambios principales es que gran parte de la comunicación diaria ha vuelto a darse por escrito”.
Por los móviles ya no se habla, se escribe. Un 38,4% de los españoles utiliza su teléfono para hablar menos de la mitad del tiempo, según el último informe de la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia (CNMC). Se imponen los mensajes por servicios como WhatsApp y redes sociales. Un 57% usa este tipo de aplicación diariamente, más que los que llaman o reciben llamadas fijas o mails, según los datos del Eurobarómetro. Mucho más que la media europea, donde el porcentaje de usuarios diarios de mensajería online es de un 36%.
Que nos escribamos más de lo que hablamos podría ser “más grave de lo que parece”, según Sherry Turckle, una reputada psicóloga del Instituto Tecnológico de Masachussets (MIT) que lleva 30 años estudiando la relación de la gente con la tecnología. En su libro Reclaiming Conversation (“En defensa de la conversación”), alerta de los riesgos de que cada vez nos hablemos menos en persona. Y cuando lo hacemos, el móvil también dispersa nuestra atención.
Pese a estar más conectados que nunca, apenas conversamos. “Esta vez, la tecnología va al asalto de la empatía”, advierte Turckle. Según sus investigaciones, la capacidad de entender e interpretar correctamente los sentimientos del otro está disminuyendo. Un problema que se agrava, según esta psicóloga, en el caso de adolescentes, porque si forjan sus primeras amistades a través del intercambio de mensajes, no desarrollan las habilidades básicas para comunicarse en persona espontáneamente.
Según Turckle, la creciente falta de empatía afecta también a la madurez de los niños. Con 12 años siguen excluyendo a otros de su grupo como si tuvieran ocho años, soltándoles un “no puedes jugar con nosotros” impropio de la edad, sin preocuparles cómo afectará a los sentimientos del otro. Si es por mensaje, ni siquiera tienen que verle la cara de tristeza. “No tienen desarrollada la empatía que antes consideraríamos propia de su edad”, escribe Turckle.
La revista Science publicó en 2014 las conclusiones de un experimento que consistía en dejar a unos universitarios solos, entre 6 y 15 minutos, en una habitación, desprovistos de sus teléfonos móviles y sin ningún otro dispositivo de entretenimiento. La única opción alternativa a no hacer nada, si no soportaban quedarse a solas con sus pensamientos, era provocarse voluntariamente pequeños electroshocks a sí mismos. Pasados unos minutos, muchos prefirieron provocarse descargas al aburrimiento.
La conversación necesita, por definición, de la escucha. Y tanto en las redes sociales como en los grupos de mensajería ya no es necesario atender para participar. “WhatsApp acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca”, comenta María Elena Gómez, catedrática de Redacción Periodística de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea.
Observa que sus estudiantes están perdiendo la capacidad de mantener la atención durante un periodo de tiempo prolongado, sea escuchando a la profesora en clase o a un amigo en un bar. “El lenguaje juvenil siempre ha sido novedoso, creativo y experimental”, observa Gómez. “El problema con las nuevas generaciones es la pérdida de capacidad para desarrollar argumentos profundos”.
Pero no considera responsable de ello a la tecnología: “La clave no es cuántos mensajes se mandan, sino en que se lee menos”, dice Gómez. “Y para hablar bien hay que leer mucho”.
Que la manera de comunicarnos está cambiando rápidamente no deja dudas. No así en cómo interpretarlo. “No lo veo como algo necesariamente negativo, estamos ante una transformación en el receptor”, opina Santiago Tejedor. “El nativo digital tiene una atención flotante. Rápidamente desconectan porque están acostumbrados a recibir mucha información a la vez. Se dispersan fácilmente pero tienen la ventaja de poder hacer más de una cosa al mismo tiempo y ser partícipes de los contenidos. Y son competencias que pueden serles muy útiles en el mundo en que van a vivir”.
Un inesperado regreso
El declive de la conversación trae aparejado un rebote en la importancia de los mensajes escritos. Y con ellos, quién nos lo iba a decir cuando se pusieron de moda los SMS, cuidar la ortografía vuelve a estar de moda.
“Es un mito que los mensajes hayan perjudicado el uso del lenguaje”, afirma Tejedor. “Se han hecho varios estudios que demuestran que los estudiantes que están en contacto con plataformas digitales tienen mas capacidad creativa y mayor léxico”. Hace una década, cuando aún era frecuente el uso de abreviaturas en los mensajes de móvil, se especuló que los adolescentes olvidarían la ortografía más básica. Aquellos trabalenguas sin vocales han perdido vigencia en la era del WhatsApp. Y no solo por el autocorrector, sino porque desde la gratuidad del servicio ya no tiene sentido ahorrarse letras.
En la última década, se ha producido otro cambio crucial. Hasta entonces, la ortografía solo se evaluaba en los exámenes, ahora las redes sociales la ponen en evidencia también.
“Ahora hay mucha escritura pública que antes no se veía”, explica Mario Tascón, periodista y miembro del consejo asesor de la Fundación del Español Urgente (Fundéu). “El frutero que antes no escribía más que un cartel para su frutería ahora se expresa en Facebook y todo el mundo puede ver si lo hace mal”.
Comparte ese análisis Yolanda Tejado, filóloga de la Fundéu y gestora de sus redes sociales, que a diario responde dudas de usuarios en la cuenta de Twitter de la organización. “La conciencia de que tenemos una reputación digital es muy reciente”.
En la reputación online, la ortografía se ha convertido en un factor a tener en cuenta en todo tipo de situaciones. Según el estudio realizado por TNS para el portal de citas Meetic, para el 48% de los solteros consultados, las faltas de ortografía podrían ser un motivo para no volver a quedar con otra persona.
“Igual que para ir a una entrevista de trabajo o a una fiesta uno se viste adecuadamente, la manera en la que te expresas es tu tarjeta de presentación en sociedad”, dice Pilar Ruiz, profesora de Lengua Española y Lingü.stica General de la Facultad de Filología de la UNED. “Y esta nueva época de la escritura tiene el riesgo de generar más discriminación social porque pone en evidencia a los que menos formación tienen”.
Que se ponga de moda escribir bien en redes sociales no descarta que haya un deterioro de la lengua entre los universitarios. Y lo ilustra con esta anécdota: “Tengo alumnos que me dicen en clase que algo es cojonudo.
Hace 10 años nadie hubiera utilizado esa palabra en el aula, pero lo malo no es decir tacos, sino soltarlos fuera de contexto por no conocer alternativas. Cuando les digo dime tres sinónimos de cojonudo… No saben encontrar tres alternativas”, añade.
Puede que se pierdan competencias, pero se ganan otras. “Tanto WhatsApp como Twitter están potenciando el ingenio verbal para ser ser más conciso”, observa Tabernero. “Otra cosa es que haya un empobrecimiento cultural en la sociedad”.
La vulgarización
Según el Proyecto Aracne, un estudio llevado a cabo por la Fundéu, que ha analizado el uso del lenguaje en una muestra de la prensa española desde 1914 hasta 2014, la conclusión es que no se puede hablar de empobrecimiento del vocabulario en el último siglo, al menos en la prensa escrita, sino de un cambio.
“Pero una cosa es que el léxico no se haya empobrecido y otra que lo haga la manera de conversar entre la gente y, sobre todo, el lenguaje de la televisión”, observa Tabernero. “Lo que el español medio consume más habitualmente son programas de entretenimiento televisivo que sí que tienden a una mayor vulgarización”.
Turckle insiste en que ahora los smartphones nos acompañan a todas horas y son un factor omnipresente de distracción que dificulta la comunicación en persona.
“Se está perdiendo la conversación interpersonal, pero no creo que se vaya a perder el hábito de conversar porque es una necesidad humana”, opina Tabernero. Sin embargo, reconoce que cada vez se escucha menos. “Ya no puedes ir a dar una clase sin un soporte visual porque, si no, la capacidad de atención no es la misma”.
“Resurge la importancia de las imágenes en forma de emoticonos y gifs (fotogramas en movimiento) para expresar sentimientos. No creo que sea empobrecer la comunicación, pero es un cambio notable”.
A los padres, la catedrática Gómez les da un consejo: “Lo que les tendría que preocupar es que sus hijos lean más, para adquirir vocabulario, es el medio óptimo. Claro, que se aprende por imitación y no si tus padres también están todo el día con el móvil”.
Ruiz añade otra recomendación en defensa de la conversación: “Debería formarse en la oralidad y no está prevista en la educación primaria ni secundaria, ni siquiera en la universidad”.
Otra solución, paradójicamente, podría estar en utilizar más tecnología y no menos. “El declive de la conversación podría cambiar si las videollamadas sustituyen a los mensajes”, advierte Romeu. “E igual que se ha producido un rebote en la importancia de la ortografía, también se produciría en la oralidad”.
La tecnología, igual que el lenguaje, está en constante evolución.