La orden sale desde lo más profundo del pecho del marinero: “¡Zarpamos!”. Se elevan las velas del Hermione, una réplica de una fragata del ejército francés del siglo XVIII que ahora se encuentra cerca de la costa de Normandía. En esta mañana de mayo de 2019, ocho miembros de la tripulación, encargados de la parte más alta del barco, trepan las cuerdas del mástil principal. Sus siluetas se mueven como arañas gigantes delante del sol naciente mientras se dispersan por la cubierta para desatar cabos.
A medida que sueltan la vela de lino artesanal, la tripulación en cubierta tira de otras cuerdas. “¡Zarpamos!”, grita el contramaestre. Y el equipo contesta con otro grito de confirmación. El procedimiento se repite en el mástil principal y en el palo de popa hasta que el Hermione finalmente se enfrenta a las olas con todo su esplendor.
La fama del Hermione original surgió tras llevar al marqués y general Gilbert de Lafayette, de 22 años, desde Rochefort, en Francia, a Boston en 1780 en una misión súpersecreta: prestar apoyo militar de Luis XVI a George Washington, comandante de los insurgentes en la Revolución Norteamericana.
La construcción de esta réplica comenzó en 1997, impulsada por el Centro Internacional del Mar, museo que exhibe piezas navales de Rochefort del siglo XVII. El proyecto, para el que se emplearon técnicas de construcción tradicionales, llevó 15 años. El nuevo Hermione navegó por primera vez en 2012, con una tripulación de marineros profesionales y voluntarios.
Por ser financiado con recursos propios, el Hermione participa en eventos navales y presentaciones en puertos donde se permite el acceso de visitantes de pago. Aunque en algunas ocasiones se invita a alguna visita particular a navegar, el barco no tiene permitido llevar pasajeros de pago a bordo.
De media, ochenta tripulantes trabajan a turnos en el moderno Hermione, y cerca de una cuarta parte son profesionales. El equipo de voluntarios está formado por individuos que viajan habitualmente con la embarcación durante al menos dos semanas en esta travesía que pasa por distintas ciudades a lo largo de la costa francesa.
Embarqué como invitado en Dieppe para viajar hasta Ouistreham, a 40 kilómetros de distancia. Pero, debido a los vientos nos veríamos forzados a navegar a través del Canal y luego regresar para llegar a destino. El viaje nos llevaría más de 24 horas. Estaba deseando experimentar un viaje al siglo XVIII.
El Hermione original era un navío rápido e intrépido. “Realmente era lo mejor que la tecnología del siglo XVIII podía ofrecer”, afirma el capitán Yann Cariou, de 58 años. Como exoficial de carrera de la Marina francesa y capitán de otro famoso barco de altura, el Belem, Cariou ha guiado a la tripulación del Hermione desde su primera travesía en 2012. Anteriormente había trabajado como voluntario durante la fase de planificación del proceso de reconstrucción.
“Cuando se construyó el Hermione original, cada constructor de barcos tenía sus propios secretos y especialidades. Una fragata proveniente de Brest era diferente de una de Rochefort”, comenta Cariou. “Luis XVI ordenó a sus mejores matemáticos y científicos que desarrollaran el mejor barco de vela que fuera posible. Por ese motivo este barco era tan veloz”.
Y también letal. “El Hermione contaba con 32 armas de fuego regulares y para este viaje, la tripulación incorporó dos más en los camarotes de proa”, explica Cariou. “Tanto esos como los mosquetes en las estanterías de armas de la réplica tienen el aspecto y el peso de los artículos reales, aunque ya no puedan utilizarse para matar”.
Aunque existen ciertas concesiones compatibles con el siglo XXI para las áreas bajo cubierta, como una moderna cocina, baños y espacio de lavandería, sobre cubierta la experiencia es lo más auténtica posible, aunque con una excepción: aproximadamente un tercio de la tripulación son mujeres. Hay 30 kilómetros de cabos, cientos de poleas y 800 puntos donde sujetar las sogas. La tripulación conoce todos y cada uno de estos elementos según los nombres utilizados en el siglo XVIII.
Con 80 personas a bordo, esta fragata de 1.200 toneladas que mide 44 metros de largo y 11 en su punto más ancho, se ve repleta. En 1780, sin embargo, había allí al menos 200 marineros, además de un panadero, un carnicero, cocineros, carpinteros y soldados, sin mencionar las gallinas y ovejas que también eran parte de la escena. Cuando Lafayette cruzó el Atlántico había como mínimo unas 330 personas a bordo. No puedo imaginar el olor que debía haber en las cubiertas inferiores, donde cientos de hombres dormían por turnos en hamacas.
Cuando abordé el barco la noche anterior, me costó unos segundos comprender lo que significaba viajar en el siglo XVIII. “Cuidado con la cabeza”, dijo mi guía, Tiphaine Gauthier, de 32 años, mientras nos acompañaba hacia una escalera de madera que conducía a la cubierta inferior. Con mis 1,93 metros de altura me vi obligado a doblarme casi a la mitad para atravesar la puerta de mi camarote, que medía solo unos 150 centímetros de alto.
En el interior había cuatro literas, dos a cada lado, y solo medio metro de espacio entre ellas. Cuando llegó la noche, me acurruqué y me tumbé de lado en mi saco de dormir, completamente vestido. Logré dormir apenas dos horas esa noche. Espero que no fuera aquí donde durmió Lafayette las 38 noches que duró el viaje hacia la nueva república estadounidense.
“En realidad, el capitán le dejó su cama”, comenta Cariou mientras charlamos en el cómodo camarote del capitán. El joven general tenía mayor jerarquía que el comandante del Hermione, Louis-René de La Touche, quien había recibido órdenes de ofrecerle “un espacio decente”.
En cuanto Gilbert de Lafayette subió a bordo el 10 de marzo de 1780 en el pequeño puerto de Port-des-Barques, cerca de Rochefort y aproximadamente 50 kilómetros al norte de Burdeos, la fragata, cargada con suficiente comida para unos seis meses, desplegó velas y zarpó. Una vez en el mar se le permitió al comandante abrir las órdenes del Rey sobre la ruta que debían tomar.
Mientras escucho los gritos de “¡A zarpar! en cubierta, pienso por qué un joven de la aristocracia de solo 22 años, arriesgó su vida y se decidió a cruzar el océano en una misión para enfrentarse al rey británico.
Lafayette no había cumplido dos años cuando su padre fue asesinado por soldados británicos. Se unió a los mosqueteros del rey francés cuando tenía 13. Pero cuando fue presentado ante la corte real en Versalles tras casarse con Adrienne de Noailles, hija de una de las familias más poderosas de Francia, rechazó lo que vio. “Siento desprecio por la grandeza y mezquindad de la corte”, escribió en sus memorias.
Descubrió, en cambio, a los filósofos Rousseau y Voltaire, y leyó el mordaz ataque contra el despotismo y el colonialismo del Abate Raynal, pensador prohibido por el Gobierno. Participaba en encuentros masónicos en París, donde se debatían ideas subversivas, y se vio deslumbrado por el texto de la Declaración de Independencia norteamericana de 1776, donde decía que “Todos los hombres fueron creados iguales” y que el poder de los gobernantes provenía “del consentimiento de los gobernados”.
En 1777, a pesar de la oposición de su familia y del propio rey, Lafayette financió su primer viaje para prestar apoyo a los norteamericanos insurgentes, quienes lo nombraron general mayor del Ejército de Estados Unidos. Regresó a Francia dos años más tarde convertido en héroe. Tenía 21 años.
A pesar de su desobediencia (que Lafayette pagó con ocho días de detención que cumplió en su casa), ahora era considerado el nexo más importante entre Francia y la joven república norteamericana.
El viento comienza a hacerse sentir por la tarde. El capitán, que controla las condiciones meteorológicas en diferentes instrumentos escondidos dentro de un compartimiento de madera detrás del timón, ordena una complicada maniobra para bajar velas y virar el barco de vuelta a Francia.
A medida que el viento aumenta, el Hermione comienza a balancearse enérgicamente entre las olas. En el comedor, yo trato de moverme siguiendo el ritmo de las olas, pero casi vierto un té caliente sobre un miembro de la tripulación. Cruzamos el transitado carril de navegación del Canal y la costa inglesa se vuelve apenas visible sobre el horizonte a nuestras espaldas.
“Me encantaría navegar alguna vez con alguna de aquellas tripulaciones del siglo XVIII”, me confiesa el capitán Cariou. “Aquellos hombres eran muy fuertes y eran más del doble en cantidad. Eso es precisamente lo que falta a bordo con los voluntarios. Muchos de ellos son estudiantes. No son lo suficientemente fuertes, por lo que nunca podré llevar esta veloz fragata al límite de sus capacidades”.
Por un momento, mientras nuestro barco navega hacia la costa francesa, pienso en lo que debían de sentir estos hombres de 1780: el miedo a no volver a casa y de morir al otro lado del mundo. A bordo había un cirujano además de un sacerdote, para cuando llegaba el momento de entregar el alma a las manos de Dios.
Tras seis semanas, el 27 de abril de 1780 el Hermione llegó a la costa norteamericana. Lafayette se unió inmediatamente a George Washington y se dirigió al campo de batalla. De acuerdo con las órdenes del rey, el Hermione permaneció allí para luchar. El 7 de junio, cerca de Long Island, en Nueva York, se enfrentaron al HMS Iris, un barco británico de 32 cañones. “¡Todos a sus puestos de combate!”, ordenó de La Touche.
Algunos hombres buscaban pólvora y balas de cañón de la bodega mientras otros desplegaban redes verticales para protegerse de las astillas de madera cuando impactaran los disparos sobre el barco. En la cocina, se apagaron todos los fuegos encendidos. El cirujano preparó su instrumental.
Ambos barcos sobrevivieron a la batalla de una hora. “Disparé 260 cañonazos”, escribió orgulloso de La Touche después. Pero la vela principal del Hermione había sufrido el impacto de 30 balas de cañón y el mástil principal se había averiado. Treinta y siete marineros resultaron heridos y diez murieron.
Nos acercamos a nuestro destino, el puerto de Ouistreham, temprano por la mañana del 14 de mayo. El viento se ha detenido. Pequeños botes se acercan a darnos la bienvenida. A medida que pliegan las velas, un piloto sube a bordo para guiarnos en la entrada al puerto donde una gran multitud se ha reunido para presenciar la llegada del histórico barco. La tripulación se viste con trajes de época y el capitán Cariou aparece en escena con un magnífico uniforme rojo con sombrero de tres puntas del mismo tono. Por este espectáculo, que incluye demostraciones con cañones, vale la pena visitarlo.
Un par de horas más tarde me siento en el muelle. Me giro para observar con atención la fabulosa silueta del Hermione. El original volvió a Francia tras participar junto a Lafayette de la victoria de 1781 de los revolucionarios norteamericanos en la Batalla de Yorktown, en Virginia. Hoy, anclado en el muelle y con las velas plegadas, el barco réplica trae a mi memoria los vientos de libertad que empujaron al Hermione original a través del Atlántico y que contribuyeron a llamarlo “La fragata de la libertad”.