Ni en mis mejores sueños imaginé que el mundo colapsase mientras navegaba por la Antártida. Nos enteramos de la gravedad de la situación mientras cruzábamos el pasaje de Drake rumbo a Ushuaia, en Argentina. El virus se estaba expandiendo rápidamente y las fronteras comenzaban a cerrarse, pero nosotros estábamos en un microcosmos ajenos a todo en el que los vientos, el parte meteorológico y la navegación era nuestra absoluta prioridad. Cruzando el cabo de Hornos nos llegaban las primeras noticias de posibles bloqueos y cierre de fronteras, de cuarentenas en casa y escasez alarmante de papel higiénico pero, para ser sinceros, tampoco éramos realmente conscientes de lo que pasaba fuera de nuestro barco, todavía teníamos unas cuantas millas hasta alcanzar la seguridad del canal de Beagle y las guardias de mar en estos mares son extenuantes a la par que duras.
Con las primeras rayitas de cobertura en el teléfono, cientos de mensajes se agolparon saturando nuestros cerebros. ¿Qué estaba pasando en el mundo? Seguíamos sin creérnoslo hasta que, pasando de largo Puerto Williams, escuchamos un aviso general de radio diciendo que el puerto había cerrado y ningún buque tenía acceso a él. Nos dirigimos a motor lo más rápido que pudimos a nuestro destino. Faltó poco: el puerto de Ushuaia cerró a las pocas horas. En la ciudad, todo parecía normal: el aeropuerto seguía funcionando, había gente en las calles y las tiendas estaban abiertas. Los pasajeros desembarcaron, la tripulación siguió con su rutina de acondicionar el barco y los suministros nos llegaron como de costumbre.
Pero el 17 de marzo todo estalló: la provincia de Tierra de Fuego entraba en cuarentena hasta nuevo aviso y nosotros, atracados en Ushuaia, nos encontrábamos atrapados sin poder poner un pie fuera del barco. Fondeamos en la bahía, valorábamos la situación y las opciones. Podíamos quedarnos fondeados indefinidamente, pero se acercaba el invierno austral, podíamos intentar ir hacia el Pacífico, , pero las fronteras de Chile y las islas del Pacífico habían cerrado también sus puertos... ¿Quizás hacia el Atlántico?
El Europa no es un barco que se sienta feliz sin navegar, 114 años surcando los 7 mares hacen de ella una dama algo quisquillosa. Y nosotros, su tripulación, tampoco es que seamos de los que nos quedamos de brazos cruzados.
El 24 de marzo, Eric Kesteloo, el capitán, nos reunió a las 8 de la mañana, nos miró con sus ojos azules detenidamente a todos y con su habitual voz pausada lo hizo oficial: "Nos vamos. Volvemos a Holanda".
El Bark Europa es un velero de pabellón holandés y el Gobierno holandés por el momento permite entrar en sus puertos barcos con su bandera. El plan parecía sencillo: Ushuaia-Holanda, sin escalas y a pura vela como antaño, buscando los vientos portantes sin usar los motores, pues no sabemos si podremos repostar y debemos reservar el gasoil para potabilizar el agua y usar los generadores auxiliares. Setenta días aproximadamente de navegación atravesando el Atlántico de sur a norte, hasta llegar a los trópicos y de ahí volver a subir latitudes siempre al norte, a Europa, a casa. Solo la tripulación profesional, sin pasajeros: 19 navegantes de 12 nacionalidades distintas.
LA PARTIDA
27 de marzo
El día de partida el cielo amaneció completamente limpio y el sol hizo acto de presencia en cuando salió por las montañas. Dábamos comienzo a las guardias de mar. Con la tripulación dividida en dos grupos, trabajaríamos en intervalos de 6 horas.
Hasta ese momento nos habíamos sentido atrapados en lo que siempre había significado la libertad para nosotros. Volvimos a zarpar desde Ushuaia rumbo al canal de Beagle. Hace un mes lo navegábamos para ir a la Antártida, mirábamos los partes de hielo para ver si podíamos ir hacia el mar de Weddell e instruíamos a los pasajeros sobre el continente helado. Hoy la cubierta aparecía vacía y toda la guardia de estribor nos hallábamos esperando las órdenes del capitán. "¡Gavieros! ¡Izad las velas!" Cuando tiramos de las drizas y los cabos, todos a una, y vimos las velas hincharse con el viento volvimos a sentirnos libres y vivos, en nuestro medio, en el gran azul.
30 de marzo de 2020
Llevamos ya tres días navegando a toda velocidad, hemos recorrido 450 millas de las 8.000 aproximadamente que nos queda y ahora mismo estamos sobrepasando las islas Malvinas por el este. Atrás hemos dejado el océano austral y nos hemos adentrado en el Atlántico sur. Nos dirigimos hacia el este, evitando la corriente de las Malvinas para luego ir subiendo paulatinamente bordeando desde alta mar el continente americano.
Cuanto más al este te desplaces en estas latitudes tan altas más rápidamente podrás cruzar el Atlántico y menos regiones ausentes de vientos te encontrarás en los trópicos. Si todo va bien, en mayo buscaremos los vientos portantes del oeste que nos llevarán hasta las Azores y en junio estaremos cerca de nuestro destino.
El Europa navega feliz cortando las olas, tenemos vientos portantes del suroeste y la mar está repleta de albatros de distintas especies que, junto con las pardelas que siguen nuestra estela, planean como auténticos expertos del arte de volar que son.
6 de abril de 2020
Llevamos ya 10 días de navegación y 1.363 millas recorridas. El 1 de abril dejamos los 50 Furiosos navegando maravillosamente a unos 10 nudos y entramos en los 40 Rugientes, unos vientos predominantes del oeste que solo se encuentran en el hemisferio sur. Y si durante los 50 Furiosos pudimos navegar a toda velocidad, los rugientes decidieron irse de vacaciones, y solo trabajando duro con el timón y trimando constantemente las velas conseguíamos superar los 3 nudos de velocidad.
Nos despedimos de mis amigos los delfines cruzado, que tan bien se lo pasaban jugando con nuestra proa. Elegantes y muy hidrodinámicos, su nombre en inglés es Hourglass Dolphin ya que la mancha blanca de sus costados se parece a un reloj de arena si los miras en vertical.
Albatros y pardelas también van disminuyendo en número, aunque de vez en cuando nos siguen sobrevolando. Los albatros son navegantes natos. Auténticos maestros de los vientos. Pueden llegar a dar varias vueltas al mundo antes de volver a su casa para volver a encontrarse con su pareja. Y además viven muchos años. Se dice que los albatros son las almas reencarnadas de los marinos fallecidos en la mar y ya sabéis que no hay lobo de mar que no sea supersticioso.
Calculamos con ayuda del sextante, los astros y la trigonometría esférica nuestra posición, pero no podemos evitar dar un tortazo a nuestra racionalidad cuando creemos viejas supersticiones. He llegado a la conclusión de que, en realidad, lo que nos sucede es que no nos consideramos especiales. No puedes ser único y especial en la mar. La propia naturaleza se encarga día tras día de enseñarte que tu ego no le importa lo más mínimo y que no eres más que otra pequeña especie habitando su planeta.
HOY POR FIN hemos llegado a la latitud 45º S. En seis días hemos pasado de jornadas soleadas y 8 nudos de viento a tener a los 40 Rugientes de vuelta haciéndonos casi volar de los camarotes cuando una ola grande chocaba contra el Europa. Ayer y hoy pudimos disfrutar de una mar mucho más calmada y hasta apetecía tomar el café en cubierta. La ayudante de cocina me preguntó si estábamos cerca de los Trópicos y había terminado la pesadilla. Le mentí como una bellaca.
Nos ha tocado una baja presión que no sobrepasará los 50 nudos y que viene desde las Malvinas siguiendo exactamente nuestro rumbo, lo cual quiere decir que tendremos guateque para varios días.
Al mediodía comienzan a aparecer las primeras nubes y por la tarde una niebla espesa convierte nuestro alrededor en humo. El viento cesa por completo y solo significa una cosa: se está acercando.
Acondiciono un rincón en la biblioteca para los ratos en los que pueda darle a la tecla. Si tenemos el festival de la ola, suelo estar hecha un ocho en el suelo. Las letras bailan en mi pantalla al son de la mar, y a veces es realmente complicado escribir.
Ha comenzado a llover y oigo los primeros aullidos del viento en cubierta. "La cosa" ha llegado.
VIVIR EN UNA LAVADORA
11 de abril de 2020
Llevamos ya seis días de tormenta con vientos de 40, 50 y hasta 60 nudos, y con unas olas de seis metros haciéndonos vivir en una lavadora constante. Todo estaba perfectamente trimado y aunque pasábamos calor, no salíamos a cubierta sin el arnés puesto. Y entonces llegó. Envueltos en una espesa niebla vimos cómo la mar comenzaba a rizarse y el viento comenzaba a subir: 30 nudos, 40 nudos, 50 nudos, ráfagas de 60 nudos. Comenzó el baile. Con olas de seis metros barriendo la cubierta constantemente es imposible no quedarte empapado hasta los huesos en el minuto 1 de la guardia. Cada vez que salimos nos tenemos que enganchar a las líneas de vida con los arneses porque las olas tienen tal potencia que, de no ser así, nos lanzarían por los aires como monigotes de papel.
No hay marino que desee a otro compañero una tormenta. Son una guerra de desgaste psicológico en la que sabes que estás completamente a merced del enemigo. Cuando no estás de guardia intentas dormir, pero es casi imposible. No obstante, conseguimos sacar buenos momentos; nos maravillamos cuando el cocinero consigue hacer galletas mientras todas las sartenes, cuchillos y utensilios de cocina desean aprender a volar. Disfrutamos al timón luchando por llevar lo más estable posible al Europa mientras la mar convierte tu existencia en una montaña rusa.
Lo mejor es la compañía. Las caras de cansancio colectivas cuando toca levantarte y apenas has dormido. La cerveza de final de guardia y los silencios compartidos. Pocos vínculos como el que estableces en la mar pueden llegar a ser tan estrechos, conviviendo en un espacio reducido y trabajando codo con codo las 24 horas teniendo solo absoluta intimidad en el baño, es imposible fingir.
Nos despedimos de los 40 Rugientes y entramos en los Templados 30 o, como dicen en inglés The horses latitudes. Dice la tradición inglesa que se llaman así porque los marinos españoles, al llegar a dichas latitudes, debían lanzar al agua a los caballos que llevaban a bordo porque se morían del calor. Así ha quedado en el imaginario anglosajón.