Los impuestos existen desde hace tanto tiempo que incluso se mencionaban en el Libro del Génesis, cuando narraba cómo el Faraón se quedaba con un quinto de la cosecha en su beneficio. Y desde entonces, los gobernantes han encontrado formas cada vez más exóticas de recaudar dinero a sus pueblos.
Los emperadores romanos gravaban la orina. Los zares rusos llegaron incluso una vez a cobrar impuestos por las barbas de los hombres. Los reyes de Inglaterra durante la Edad Media ofrecían a sus caballeros una alternativa: o servían en el ejército de su rey o pagaban el "escudaje", un impuesto por no luchar.
Durante milenios, la situación ha cambiado poco, tanto en el tipo de impuestos como en lo absurdo de algunos de ellos.
La idea de ser gravado por algo que no haces perdura en la ciudad belga de Mechelen. Los padres que deciden que sus hijos no coman la comida del colegio y lleven la comida de casa tienen que pagar una tasa diaria de 50 céntimos por niño para pagar a los profesores que supervisan a sus hijos mientras comen.
Hasta hace poco, en España teníamos el llamado “impuesto al sol”, que gravaba a todo aquel que permanecía conectado a la corriente eléctrica, aunque no la utilizara por emplear energía procedente de sus propios paneles solares. Se le cobraba un impuesto por no conectarse a la red.
Una de las formas más antiguas de impuestos es el arancel a la importación, la tasa que grava los artículos que proceden del extranjero. La Unión Europea establece todas las tarifas para sus estados miembros, y varias de ellas son también muy raras.
Por ejemplo, no existe arancel sobre la mayonesa importada de la UE, pero hay que pagar un 10,2% de impuestos al importar kétchup. La UE subvenciona así a algunos de sus ciudadanos, como los belgas, que ponen mayonesa a sus “frites” (patatas fritas), y agravia a otros como los británicos, que prefieren ketchup en sus "chips".
Del mismo modo, el arancel sobre las bicicletas importadas es del 14% y del 15% sobre los monociclos. De manera que los artistas de circo que usan bicis de una sola rueda tienen que pagar más impuestos. En palabras del profesor de economía Kevin Dowd, de la Universidad de Durham: “Uno se pregunta quién sería el payaso que tuvo esa ocurrencia”.
Eso no quiere decir que los países europeos necesiten la ayuda de Bruselas para establecer políticas fiscales excéntricas o poco habituales. En Suecia, los padres de los recién nacidos están obligados a que los nombres de sus hijos sean aprobados por la Agencia Tributaria sueca, o se enfrentan a una multa de 5.000 coronas (477 euros). El recaudador de impuestos tiene derecho a rechazar los nombres que considere ofensivos, confusos o sin sentido.
Así, nombres como Allah, Ikea y el incomprensible Brfxxccxxmnpcccclllmmnprxvclmnckssqlbb11116, que unos padres querían poner a su hijo en señal de protesta, han sido denegados. Sin embargo, hay niños suecos que se llaman Lego y Google, nombres aprobados por la Agencia Tributaria.
La vecina Finlandia es el único país del mundo que permite a sus ciudadanos conocer la declaración de la renta de todos. Todos los años, el 1 de noviembre, conocido como el “Día Nacional de la Envidia”, se publican las cifras y todo el mundo puede descubrir no solo lo que ganan los millonarios, sino también si sus vecinos o colegas ganan más que ellos.
Los detractores afirman que esta medida genera envidia y amargura. Los defensores de esta política afirman que dificulta el terreno a las compañías a la hora de discriminar a unos empleados con respecto a otros, y que anima a aumentar los sueldos y reducir la brecha entre ricos y pobres.
Pero Roman Schatz, escritor nacido en Alemania residente en Finlandia, tiene una opinión más escéptica.
“Es un ejercicio psicológico. Da una impresión de transparencia y todos nos sentimos bien con nosotros mismos: ‘Los estadounidenses nunca podrían hacer algo así. Los alemanes tampoco. Somos honestos.’ Es una especie de purgatorio luterano.
” Mientras, Francia cuenta con los impuestos más altos de todos los países del primer mundo, ya que tributa el 46,2% de todos sus ingresos. Y con razón. Los franceses, aparte de gravar los impuestos sobre la renta, sociedades y ventas, cobran también impuestos por las casetas de jardín, las fotocopiadoras, los remontes de las estaciones de esquí, el agua mineral, los abogados cuando representan a sus clientes ante los tribunales, los espectáculos de variedades, las giras de conciertos y las películas pornográficas.
Quanto más lo analizamos, más nos damos cuenta de que a las autoridades les encanta cobrar impuestos por las cosas que más nos gustan. En Bruselas, por ejemplo, los pubs y cafés donde se pone música tienen que pagar 40 céntimos por persona que se levante a bailar.
Cuando se aplicó por primera vez, pilló a algunos establecimientos por sorpresa. Nicolas Boochie, director del Music Bar Bonnefooi, en el centro de la ciudad, se quedó alucinado cuando vio llegar a un inspector de Hacienda que iba a comprobar cuántos de sus clientes estaban bailando. “Pensé que era una broma”, admitió. “Pero resultó verdad”.
Así que, en Bruselas, no te levantes y te pongas a bailar. Y en España, piénsatelo dos veces antes de jugar al bingo. En Asturias, los ganadores del bingo tienen que pagar un 10% de su premio en impuestos. En Murcia es el 6% sobre el bote acumulado. En las Islas Baleares, el impuesto es del 0%. No es un error: cero. El impuesto está establecido de forma oficial, pero las autoridades han decidido no recaudarlo.
Un segundo principio, estrechamente vinculado, es que a la mayoría de los europeos nos gravan más por los placeres considerados perjudiciales para nuestra salud física o moral. Pero cada país tiene una idea muy diferente de lo que debe aprobar o no.
Por ejemplo, los impuestos sobre el alcohol. Varían a lo largo de la UE. Pero los países donde resulta más caro beberse una copa son Finlandia, seguido de Irlanda, Reino Unido y Suecia. Los irlandeses pagan, por ejemplo, 80 céntimos por una copa de vino, mientras que hay 14 países en la UE que no pagan nada. Incluso los franceses solo se atreven a cobrar un céntimo por cada copa de vino.
Los irlandeses son famosos por “the craic”: conversación, música y diversión, acompañado por una o dos copas de alcohol. Pero Rosemary Garth, presidenta del Grupo Sectorial de Bebidas de Irlanda advierte, “las empresas de bebidas irlandesas no podrán conseguir grandes resultados mientras se les siga gravando con el segundo impuesto más alto de Europa.
” Hay un asunto que genera aún más controversia: algunos países cobran impuestos por actividades que otros consideran ilegales. Tomemos como ejemplo la prostitución. En la mayoría de los países europeos es ilegal pagar por el sexo. Pero el negocio sigue existiendo, para beneficio de mafias y traficantes de seres humanos.
Sin embargo, hay ocho países en los que la prostitución es legal. Uno de ellos es Alemania. En Bonn, los/ las trabajadores/as del sexo están obligados a poner dinero en una especie de parquímetro que les cobra 6 euros la noche para poder estar en la calle vendiendo sexo. En Colonia, las prostitutas puedan comprar un abono de temporada, como los viajeros de autobús, tranvía y tren. Pagan 6 euros diarios, o consiguen un descuento por un abono mensual de 150 euros.
Las drogas son otro producto del que saca tajada la recaudación de impuestos. En los Países Bajos, tener más de 5 gramos de cannabis es ilegal, sin embargo, su venta se tolera en los “coffee shops”. Los detractores creen que incita al consumo de droga y aunque el endurecimiento de la normativa ha reducido el número de coffee shops de 350 a 167 en los últimos 20 años, este negocio ilegal pero tolerado sigue siendo una significativa fuente de ingresos para el gobierno, ya que genera aproximadamente unos 400 millones de euros en impuestos todos los años.
Pero no es tan raro como los sistemas fiscales que, hasta hace poco, animaban a la corrupción (o, tal y como justifican algunos, reconocían las realidades de empresas internacionales) permitiendo deducirse los sobornos. En Eslovenia, las empresas podían deducir sobornos pagando menos impuestos hasta el 1 de enero de 2007. Los suizos no prohibieron esta práctica hasta julio de 2016.
Si los gobiernos no recaudan suficiente de las personas, dirigen su atención a los animales. En Alemania, por ejemplo, cobran un impuesto canino, y la ciudad de Berlín emplea a 24 recaudadores que recaudaron más de 11 millones de euros a los propietarios de perros en 2016.
Cuantos más perros se tenga, más se cobra. Algunos estados aumentan la recaudación según el tamaño y peso del animal. En la región de Renania del Norte-Westfalia, los perros que miden más de 40 centímetros de alto y pesan más de 20 kilos tienen una tasa de registro extra que cuesta 25 euros.
En Dinamarca no se pagan impuestos por los perros, pero pronto se pagará por las vacas. Pero todo es por el planeta. Las vacas emiten mucho metano, un gas invernadero más dañino que el dióxido de carbono.
En su apuesta por subir el precio de la carne y los productos lácteos y disminuir su consumo, el Ministerio de Economía danés ha afirmado que por cada vaca se debería pagar 2.280 coronas anuales (305 euros).
“Esto podría costar el sustento a muchos de mis colegas”, afirma Kim Jørgensen, que por sus 270 vacas tendría que pagar 107.000 euros. “Tengo que competir en desventaja con otros países europeos sin esa tasa.”
¡Lo próximo será gravar el aire! Bueno, espera, ya lo gravan. La ciudad bávara de Fürth cobra hasta 1.000 euros por las máquinas expendedoras a más de 15 centímetros de la fachada de un edificio. Solo hay aire entre la máquina y el edificio. Así que es conocido como... “El impuesto del aire”.