Después de las elecciones de Estados Unidos, se desató un debate en los medios de comunicación estadounidenses acerca de si las noticias falsas —a menudo a favor de Donald Trump— deberían considerarse responsables de la elección de Trump como presidente. Pero si esa es tu opinión, estás equivocado. Las noticias verdaderas son casi tan malas como las falsas.
Las noticias son la droga más dañina, nauseabunda y adictiva de nuestra era moderna. Olvídate del alcohol, la nicotina, la hierba y la cocaína: las noticias son las que nos envenenan el cerebro, nuestra visión del mundo y nuestra sociedad. Y no lo digo metafóricamente, ni siquiera como una hipérbole: las noticias arruinan mucho más de lo que nos gustaría.
El ochenta por ciento de los adultos occidentales ven las noticias a diario. De media, una hora al día, lo que significa tres años completos de una vida. Desde los albores de la era de los medios de comunicación, las noticias se han convertido en un factor decisivo de la imagen que tenemos del mundo, más importante que la fe, la educación, las clases sociales o la ideología. Las noticias conforman la imagen de nuestro propio país, de otros países y culturas, de otros grupos de personas y de los políticos. Tres cuartas partes de las preguntas realizadas en el Parlamento se basan en reportajes emitidos en las noticias. Los resultados de las elecciones están cada vez más influidos por las noticias que aparecen en los informativos durante las dos últimas semanas antes de celebrarse.
Las noticias son una fuente inagotable de incidentes negativos y sensacionalistas sin contexto. Sus ingredientes principales son el conflicto, la agitación y el peligro; sus emociones básicas: la indignación, la furia y la ansiedad. Las noticias, dijo una vez el director del primer periódico en el que trabajé, son “lo que hace que quieras ir corriendo a casa de tu vecino para contárselas”: amenazantes, espectaculares, controvertidas. La gente que ve el mundo a través de las noticias durante un año desarrolla una visión más cínica, negativa e incorrecta sobre todas las cosas.
Un “adicto” a las noticias sobreestima gravemente el peligro de las amenazas terroristas, piensa que la violencia callejera está en aumento, tiene una visión más negativa de los inmigrantes de lo que justifican los hechos, y es más cínico con los políticos de lo que es estrictamente bueno para la democracia. “Si no lees el periódico, no estás suficientemente informado. Si lo lees, estás desinformado”, decía Mark Twain.
Si fuera un demagogo con intenciones fascistas, mi primer decreto sería sin duda: a partir de ahora es obligatorio ver las noticias a diario.
No es coincidencia que Donald Trump hiciera todo lo posible para estar continuamente en las portadas en oposición a su oponente Hillary Clinton, que hizo lo posible por no salir en las noticias (seguramente, su mayor error estratégico). Trump concedió más entrevistas a los medios de comunicación en una semana que Hillary Clinton en toda la campaña, para controlarlos una y otra vez a base de protestas destructivas sobre los propios “medios a los que tachaba de mentirosos, negativos y corruptos”. ¿Hipócrita? No, porque comprendió que no existe tal cosa como las buenas noticias sino una mala atención de los medios de comunicación. Mientras el público esté enganchado a las noticias, habrá demagogia donde es necesario: en el lugar donde la visión del mundo esté maduro para la rebelión.
Porque en eso consisten las noticias: un anuncio en grandes dimensiones para una revuelta conservadora. Es el aliado más fiel de quien desea construir muros en las fronteras, alimentar la desconfianza contra las religiones y los inmigrantes o buscar pruebas de la decadencia social.
Voy a ser claro: no digo que el mundo sea un paraíso. Al contrario, tiene problemas enormes. Por orden de magnitud y urgencia:
1. El aumento de la temperatura del planeta como resultado de las emisiones de CO2 provocadas por el hombre (el planeta nunca ha tenido una temperatura tan elevada);
2. La devastadora y creciente brecha entre ricos y pobres (el mundo nunca ha sido tan desigual);
3. El reparto de alimentos (hoy en el mundo hay más obesos que personas desnutridas y el consumo de carne es uno de los factores principales del cambio climático).
Al final de la lista, hay varios problemas reales, pero insignificantes en el mundo occidental. Por orden de insignificancia:
1. Terrorismo (es mayor la posibilidad de ahogarse con un cacahuete);
2. Inmigración masiva (el 97% de la población mundial muere donde ha nacido);
3. Refugiados (solo 1 de cada 65 refugiados del mundo buscan asilo en Europa).
Observa estas listas. Después, compáralas con lo que ves en las noticias. ¿Hasta qué punto mina la obesidad el sistema sanitario occidental? ¿Hasta qué punto nuestros sistemas fiscales han creado una era feudal moderna? ¿Hasta qué punto el calentamiento global ha obligado a cientos de miles de personas a abandonar sus hogares? El cambio climático no fue mencionado ni una sola vez este año en el debate electoral.
De qué se hablaba en las noticias: de ataques terroristas, musulmanes radicales, inmigrantes criminales, policías blancos enfrentándose a manifestantes negros y refugiados violadores. Ah, y los famosos.
La empresa de encuestas PEW llevó a cabo un estudio mundial para ver qué se consideraba una “gran amenaza” en cada país individualmente. En los países occidentales, la respuesta fue en todos los casos el estado islámico. Una ridiculez que solo puede atribuirse a una fuente engañosa: las noticias.
Las noticias generan miedo sobre conceptos erróneos y nos hacen desconfiar de la gente equivocada. Hacen aumentar nuestro cinismo sobre la sociedad, los políticos y el prójimo. Nos hacen confundir continuamente la excepción con la regla, y tientan constantemente a los políticos a elaborar reglas para las excepciones.
Si solo fueran las noticias falsas las que dañan nuestra sociedad, podríamos hacer algo al respecto. Pero son las noticias reales las que tienen un control absoluto sobre nosotros.
Imagínate que apagamos la televisión hasta las próximas elecciones y solo escuchamos música en la radio y utilizamos el periódico para la caja del gato. Desintoxiquémonos. Intentemos no tener debates. Nada.
Utilicemos la hora al día que ganamos, ocho jornadas laborales completas cada tres meses, para leer cinco buenos libros, echar un vistazo a programas de entretenimiento y a diez conversaciones con personas aleatorias. Votemos luego en base a nuestras ideas y corazón. Sin saber qué hay delante o detrás, quién discute con quién y por qué.
Resultados electorales: eso sí sería noticia.
Rob Wijnberg (1982) es filósofo y fundador/ director de la web periodística holandesa De Correspondent. Es autor de seis libros enfocados en el futuro del periodismo. www.decorrespondent.nl.