En el escaparate de una tiendecita de la Fehrbelliner Strasse, calle arbolada del barrio de Prenzlauer Berg, justo al norte de la Alexanderplatz, en el corazón del antiguo Berlín Este, hay una nota que dice: “Las cosas más importantes de la vida no son objetos”.
Pero si pasamos dentro, hay tres habitaciones llenas hasta el techo de objetos: bicicletas, tiendas de campaña, cochecitos de bebé, ropa, juegos, esquís y una caja de herramientas para hacer todo tipo de trabajos, desde fontanería a poda de árboles. Lo más extraño es que esta tienda no vende nada, todo es gratis.
la tienda se llama Leila, y su nombre proviene de dos palabras alemanas: Leihen, que significa “prestar” y Laden, que significa “tienda”. Leila tiene 500 socios que pueden pedir prestado cualquier cosa simplemente por el hecho de donar objetos que ya no utilicen —su “cuota” de socio— para que puedan usarlos otras personas.
“Una vez que aceptas que no quieres un taladro y que solo quieres hacer un agujero en la pared, tu actitud con respecto a la posesión de objetos cambia por completo”, afirma Nikolai Wolfert, cofundador en 2012 de la tienda de préstamos Leila.
El taladro, como otras muchas herramientas, refleja de forma sintomática el mal de una sociedad excesivamente consumista y atiborrada de recursos, argumenta Wolfert.
“El tiempo medio de utilización de un taladro es de 13 minutos en toda su vida útil. El resto del tiempo está guardado en un armario. Seguramente es mejor pedir prestado lo que necesitas cuando lo necesitas y después devolverlo para que otros puedan usarlo”.
La otra fundadora de Leila, Maike Majewski mira hacia arriba mientras revisa la última caja de donaciones. Generalmente, cada hora llega una caja. Contiene una mezcla de ropa y utensilios de cocina. “Si no puedes recordar cuándo utilizaste un objeto por última vez, probablemente no necesitas tenerlo en propiedad”, afirma.
Nikolai y Maike son activistas ecologistas. Nikolai, de 31 años, estudió Sociología en la Universidad Técnica de Berlín y es miembro del Partido Ecologista.
Desilusionado por los malos resultados de su partido en las elecciones de 2011, empezó a buscar formas de afrontar cuestiones como el consumismo y los residuos para marcar la diferencia localmente.
Maike, de 41 años, estudió Historia de los Conflictos en la Universidad de Hamburgo y participa en el movimiento de Ciudades en Transición de Pankow, distrito norte de Berlín, donde vive.
La Red de Ciudades en Transición, fundada en el Reino Unido, es un movimiento global fundamental en el que las comunidades locales se unen para crear proyectos compartidos como jardines, producción de alimentos, reciclaje y reducción de las emisiones de carbono.
Cuando conoció a Nikolai, Maike acababa de dar una charla sobre el movimiento de transición en el centro de la comunidad donde hoy se encuentra Leila. Ambos creen en la economía colaborativa (sharing economy), un enfoque más frugal del consumo, que está ganando más adeptos cada día en Europa. Significa compartir desde un coche hasta la energía renovable. Por tanto, para ellos fue natural compartir sus recursos.
Prenzlauer Berg es una comunidad abierta a iniciativas como Leila. Era un barrio decadente hasta que lo ocuparon artistas y activistas. Después, llegaron los restaurantes étnicos, seguidos de minimalistas estudios de arquitectura y de moda.
La zona se ha aburguesado, pero sigue habiendo mucha mezcla. Hay una pensión para personas que buscan asilo político a la vuelta de la esquina de Leila, pero los antiguos residentes de Prenzlauer Berg no siempre aceptan bien el incesante bullicio con el que el barrio está renovando su imagen.
Fue en esta zona, parte de la antigua Berlín Este, donde se estableció y casó el padre de Nikolai, un médico procedente de Vietnam del Norte que fue invitado por la antigua RDA. Nikolai nació seis años antes de que cayera El Muro.
Nikolai y Maike lanzaron Leila con un página en Internet y pronto empezaron a llegar las herramientas, la ropa y los cochecitos de bebé. “Lo primero que llegó fue un sofá”, dice Maike. “Fue genial porque queríamos que Leila no fuera simplemente una tienda, sino también un lugar de reunión donde los vecinos pudieran conocerse y tomar una taza de té. Después, la gente nos trajo repisas para colocar las cosas.
Al principio, algunas personas pensaron que Leila era una tienda de caridad, pero pronto captaron la idea y se unieron. “A la gente le hace muy feliz dar”, dice Nikolai. “Creo que se sienten liberados de una carga cuando encuentran un lugar donde dejar sus cosas y encantados por la abundancia de cosas que pueden utilizar”.
Heike Polhuis-Ziegert, monitora de senderismo y guía de peregrinos hacia la Catedral de Santiago de Compostela, se entusiasma al descubrir una gran podadora eléctrica de jardín que necesita para podar las ramas que cuelgan sobre el huerto que ha adquirido para su madre de 82 años.
“Vengo mucho a Leila. Si alquilara esta máquina saldría caro. Tendría el estrés de hacer el trabajo a toda prisa para devolver la máquina en un par de horas. De esta forma, me la puedo quedar durante cuatro días, hacer bien el trabajo, hacer muy feliz a mi madre que adora su jardín, y respetar mis compromisos laborales”.
La berlinesa Jacqueline Neve de Cordero, viajera impenitente de 49 años — que trabajó con su marido español para una empresa hotelera en Miami y la República Dominicana— acaba de devolver las maletas que pidió prestadas para unas vacaciones familiares en Turquía.
“Soy socia de Leila desde el principio”, dice con orgullo. Como otros muchos socios, también se ofrece como voluntaria en la tienda: “Me gusta venir para ver a la gente y hablar un rato”.
Puedes pedir prestada una bici para unas horas o un caballo balancín durante dos o tres meses. Leila es muy flexible. Los artículos prestados se apuntan en un libro y prácticamente todos se devuelven a tiempo.
“Esto no es solo una tienda, sino un experimento de confianza”, afirma Nikolai. “Esta tienda pertenece a la comunidad, así que las personas son conscientes de que no deben aprovecharse y quedarse con lo que no es suyo”. “Una de nuestras socias tuvo que cambiarse de piso recientemente y se lo notificaron con pocos días”, dice Maike. “Pudo pedir prestadas 40 cajas de cartón y todas las herramientas y brochas de pintura que necesitaba para pintar su nueva casa. No solo eso, además otro socio la ayudó a pintar la casa. Ese es el auténtico beneficio de Leila”.
Nada de lo que se dona va a la basura. Todo lo que no sirve para que lo prestemos se pone en la sección gratuita de Leila. “Sin embargo, no es una tienda para los desesperadamente pobres”, dice Nikolai. “La mayoría de nuestros socios pueden permitirse comprar, pero prefieren compartir”.
“No estamos defendiendo la vida espartana o monacal”, afirma Maike. “Nuestros socios piden cosas prestadas porque les divierte, desde monociclos hasta una peluca dorada que ha sido muy popular entre los asistentes a las fiestas hasta que se rompió. Te podemos proporcionar todas las bandejas que necesitas para un banquete y la decoración de Navidad. Una vez al año pido prestada la máquina para hacer helados y los hago con mi hijo”.
Por supuesto, el dinero entra en juego: se necesita para alquilar el local y para vivir. “Nuestra interfaz con el mundo ‘real’”, sonríe Maike. El alquiler mensual de 450 euros se paga con las donaciones de los socios —entre 50 céntimos y 50 euros —y, generalmente, cubren el objetivo. No han buscado financiación del gobierno.
Nikolai admite: “Leila es una afición por el momento, pero creo que la economía colaborativa tiene un gran futuro. Es el comienzo de un modelo económico y quiero formar parte de él”.
Por su parte, Maike dice: “No gano dinero con Leila, pero gano en la inversión de mi tiempo”. A pesar de todo, ambos son realistas y se ganan la vida con la economía tradicional. Nikolai dirige una consulta médica tres días a la semana y Maike trabaja como traductora.
No quieren que Leila tenga más de 500 socios, pero esperan que muchas tiendas del tipo de Leila se abran en otras comunidades. Ya está pasando. Por todo Berlín, hay cafés con Dingeschrank, un armario donde meter cosas para prestar. En Würzburg, al norte de Baviera, hay un Leihbar o bar donde se prestan cosas. También hay otra tienda en Kiel e incluso se están empezando a fundar grandes negocios de este tipo. Deutsche Telekom está tras una red social nacional, llamada wir.de, que ayuda a los vecinos a intercambiar herramientas y servicios y pone cajas de juguetes comunitarios en los patios de los colegios.
Nikolai y Maike también han recibido solicitudes para ayudar a grupos en Adelaida (Australia), y Manchester, (Reino Unido), que quieren abrir tiendas de trueque. En mayo de 2014 asistieron a la inauguración de la primera tienda de trueque en Viena, llamada también Leila.
El concepto de economía colaborativa y propiedad colectiva empezó en la década de los años 80 del siglo pasado. Se le atribuye al economista de Harvard Martin Weitzman y a libros como el de Rachel Botsman Lo que es mío es tuyo: cómo puede cambiar el consumo colaborativo nuestra forma de vivir. En Leila siempre hay disponible un ejemplar muy manoseado.
“Creo que la generación de nuestros padres tenía sensación de seguridad cuando poseía cosas”, dice Nikolai. “Nuestra generación no está tan obsesionada con ser propietario”.
Hasta ahora la economía colaborativa no tenía tirón. “Pensamos a nivel global, pero actuamos a nivel local, rompiendo barreras para que las personas sean mejores vecinos y consuman menos recursos”, dice Nikolai. Tras él piden un taladro para un duro día de trabajo.