Como la vida misma
Nuestro coche se averió enfrente de una casa, muy lejos de la nuestra. Al abrir el capó, mi novia y yo nos dimos cuenta rápido de que no podríamos continuar nuestro viaje.
En ese momento salió la dueña de la casa y nos dijo: “Es viernes por la tarde y los talleres están cerrados. Tengo una caravana en el jardín que podéis utilizar”. Nos dio de cenar y al día siguiente, mientras el mecánico arreglaba el coche, nos llevó de excursión a unos viñedos. Me sorprendió, más que su generosidad, la naturalidad con que lo hacía. Me enseñó que no hay nada más fácil que ayudar.
etienne van ceulen, Bélgica.
Mano amiga
Debía tener unos 18 años cuando hice mi primer viaje largo al extranjero. ¡Yo, una joven francesa, estaba por fin en Nueva York! Me quedé hipnotizada por la grandiosidad de la ciudad, abrumada por su gigantesca envergadura. Con la cabeza siempre hacia arriba, admirando los rascacielos, miré en dirección contraria al ir a cruzar un paso de peatones, cuando sentí una fuerte mano que me cogía por el cuello de la camisa, mientras un taxi amarillo, que de lo contrario me hubiera atropellado, seguía su camino a toda velocidad. Me di la vuelta para ver a mi desconocido benefactor y murmuré “gracias” con mi acento francés. Él me sonrió y después desapareció entre la multitud.
claire mohn, Suiza
Un sorprendente detalle
Me iba de viaje en avión y olvidé las normas sobre líquidos en el equipaje de mano, así que cuando pasé por el control del aeropuerto, tuve que despedirme de varios cosméticos. Cuando volví del viaje, una semana después, un empleado me recibió en la zona de recepción de equipaje. No solo había guardado mis cosméticos, sino que se había fijado en la fecha y hora de mi vuelta para devolvérmelos.
Marilyn Kinsella, Canadá
Devolución
En una tienda de segunda mano vi un vestido que sabía que a mi nieta le encantaría. Pero el dinero escaseaba, así que le pedí al dueño de la tienda si podía reservármelo.
—¿Me permite regalarle el vestido? —me preguntó otra clienta.
—Gracias, pero no puedo aceptar un regalo así —respondí.
Entonces me explicó por qué era tan importante para ella ayudarme. Había pasado tres años viviendo en la calle como indigente, dijo, y si no hubiera sido por la bondad de los desconocidos, no habría podido sobrevivir.
—Ya tengo un techo donde vivir y mi situación ha mejorado —añadió—. Me prometí a mí misma que algún día devolvería la generosidad que tanta gente me demostró.
La mujer pagó el importe del vestido, y el único pago que estuvo dispuesta a aceptar de mi parte fue un abrazo sincero.
Stacy Lee, Estados Unidos
Notas de ánimo
Tras la inesperada muerte de mi marido, una compañera del trabajo decidió ofrecerme ayuda para sobrellevar mi dolor. Semana tras semana, durante un año entero, me envió una tarjeta que decía “Estás en mis pensamientos” o “Sé fuerte”. Me salvó la vida.
Jerilynn Collette, Estados Unidos
Pasar el relevo
Era una joven periodista que soñaba con trabajar de becaria para aprender el oficio. Envié cientos de currículos, y solo me respondió una persona, Tamar Golan, corresponsal en París del periódico israelí Maariv. Me invitó a tener una charla y a que trabajara con ella como becaria durante dos meses. Me enseñó muchísimas cosas. El último día le dije que nunca podría pagarle todo lo que había hecho por mí, a lo que me respondió: “No, no es verdad. Pero lo que te he dado a ti tú lo transmitirás a los demás. Así es como me lo agradecerás”. Este comentario cambió mi manera de ver la vida para siempre.
cendrine barruyer, Francia
Una guía personal
Después de haber estado en una fiesta, subí a mi coche para volver a casa, pero cogí una salida equivocada en la autopista y me perdí inmediatamente. Me paré en la cuneta y llamé por teléfono a mi servicio de asistencia en carretera. La empleada que me atendió trató de ponerme en contacto con la Patrulla de Carreteras de California, pero no hubo respuesta de ningún agente. Al percibir pánico en mi voz, a la empleada se le ocurrió algo.
—Se encuentra cerca de la oficina donde trabajo —me dijo—. Estoy a punto de terminar mi turno. Quédese allí e iré a buscarla.
Diez minutos después, apareció en su coche. No solo me guió hasta el camino correcto, sino que condujo varios kilómetros más para indicarme la salida que debía tomar. Luego, tras decir adiós con la mano, condujo de vuelta a la ciudad.
Michelle Arnold, Estados Unidos
Ayuda desinteresada
Era un adolescente difícil cuando conseguí comprarme una motocicleta con el dinero ganado trabajando durante mis vacaciones escolares a lo largo de varios años.
Un día me quedé sin gasolina y tuve que empujar la moto hasta una gasolinera cercana, y como no tenía casi dinero, pedí un litro de gasolina (en aquella época se vendía en latas de dos litros). La encargada me miró con arrogancia, se rió y me dijo que no iba a abrir una lata de dos litros para venderme solo uno.
Me fui contrariado, pero a unos 200 metros, se paró una furgoneta a mi lado. El conductor bajó la ventanilla, me dio cinco francos para llenar el depósito, y me dijo: “He visto cómo le ha tratado esa mujer. Tome ese dinero y llena el depósito en otra gasolinera”. Me quedé tan conmovido que solo pude balbucear unas torpes gracias. Hoy tengo 68 años, pero nunca he olvidado ese gesto desinteresado.
claude lefèvre, Francia,
Hombre previsor
Mientras conducía en medio de una fuerte nevada, me di cuenta de que un vehículo me seguía de cerca.
De pronto, uno de mis neumáticos reventó. Me detuve en la cuneta, y el coche de atrás hizo lo mismo. Un hombre se bajó y, sin dudarlo, me cambió el neumático.
—Iba a tomar una salida hace unos tres kilómetros —me dijo—, pero al ver su neumático supuse que no tardaría en reventar.
Marilyn Attebery, Estados Unidos
De ida y vuelta
Tras salir de una tienda me dirigí a mi coche para volver a casa, cuando me di cuenta de que me había dejado dentro las llaves del coche y mi móvil. Un adolescente que pasaba por allí en bicicleta me vio patear un neumático y soltar algunas palabrotas.
—¿Le pasa algo, señor?
Le expliqué mi situación, y añadí:
—Pero aunque pudiera llamar a mi mujer, no podría traerme la llave de repuesto porque solo tenemos este coche. El chico me pasó su móvil y me dijo:
—Llame a su mujer y dígale que yo iré a su casa a recoger la llave.
—¡Pero son más de 11 kilómetros de ida y vuelta! —exclamé.
—No se preocupe —contestó.
Una hora después, regresó con la llave del coche. Le ofrecí algo de dinero, pero no lo aceptó.
—Necesitaba hacer algo de ejercicio —dijo, mientras se alejaba pedaleando bajo la luz del atardecer.
Clarence W. Stephens, Estados Unidos
21 manzanas
Cuando mi nieto Max cumplió 21 años, le dijo a su madre, Andrea, que donara el dinero que pensara regalarle, y a ella se le ocurrió una idea. Sin que Max lo supiera, le dio una cámara de video a su otro hijo, Charlie, sacó 21 billetes de 10 dólares de un cajero y compró 21 manzanas. Cuando vieron a un indigente, Andrea le dijo:
—Mi hijo Max cumple hoy 21 años, y me pidió que le hiciera un regalo a alguien para celebrarlo.
Entonces le dio un billete de 10 dólares y una manzana. Sonriendo ante la cámara, el hombre dijo “¡Feliz cumpleaños, Max!”
Luego repartieron billetes y manzanas a varias personas que hacían fila en un comedor social, quienes desearon a coro a Max un feliz cumpleaños. En una pizzería, Andrea dejó 50 dólares y pidió a los dueños que les dieran pizzas gratis a los indigentes. “¡Feliz cumpleaños, Max!”, gritaron éstos delante de la cámara.
Dr. Donald Stoltz, Estados Unidos
Sueño hecho realidad
Tenía 22 años cuando vine a París a cumplir mi sueño de ser trapecista, pero no tenía dinero ni familia allí. Acabé viviendo en una caravana al lado del circo en el que me daban clases, y para pagar las clases posaba para pintores. Un día de invierno me dijeron que debía abandonar la caravana. Uno de los artistas con los que trabajaba me presentó a una pareja amiga, que me ofreció su casa para unos días, que se convirtieron en ocho meses y en amigos. Me dieron la oportunidad de cumplir mi sueño.
dikla rozen, Israel
La mantita voladora
Cuando tenía siete años iba de viaje en coche. En algún punto del camino, mi mantita favorita salió volando por la ventanilla. Me quedé muy triste. Después paramos en una gasolinera. Abatida, me senté a comer un bocadillo cuando llegó un grupo de motoristas.
—¿Ese coche azul es suyo? —preguntó un hombre grande con barba gris y gesto intimidante.
Mi madre asintió con cautela. Entonces sacó mi mantita del bolsillo de su chaqueta, se la dio a mamá y volvió a su moto. Quise agradecérselo de la única manera que sabía: corrí hasta él y le di mi bocadillo.
Zena Hamilton, Reino Unido
Mariposas de apoyo
Estaba embarazada de cuatro meses de mi primer hijo cuando perdí el bebé y me quedé destrozada. Soy profesora de ESO y temía volver a clase.
Cuando entré en el aula vacía y encendí las luces, vi pegadas en la pared unas 100 mariposas de papel de colores, cada una con un mensaje de mis alumnos y ex alumnos. Mensajes como: “Siga adelante”, “La queremos”, etc. Justo lo que necesitaba.
Jennifer Garcia-Esquivel, EEUU