EN UN RINCÓN DE UNA PLAZA DE BARCELONA, una mujer con un holgado jersey tiene a su público encandilado. Habla un catalán ávido y rápido, sin apenas tiempo para respirar. “Vamos a defender nuestro barrio y nuestra ciudad del libre mercado y de las élites políticas que ponen a la venta nuestras casas. ¡Vamos a ganar!” La multitud que está sentada en filas junto al escenario y en las mesas de los cafés, ruge en señal de aprobación. Ada Colau, de 41 años, es una reconocida activista social. Mientras habla, su hijo Luca, de tres años, trepa al escenario y se sube a su regazo. Ella sonríe fugazmente y continúa su discurso parte de su campaña para convertirse en alcaldesa de Barcelona en las elecciones del 24 de mayo.
Puede que sus posibilidades de conseguirlo sean escasas, pero no se desanima. Es solo el último capítulo de una vida caracterizada por la protesta.
COLAU SE DIO A CONOCER a raíz de la crisis financiera y el desmoronamiento de la burbuja inmobiliaria española. Fue la fundadora de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), movimiento que lucha en contra de las duras leyes hipotecarias y que ofrece apoyo a algunas de las más de 350.000 familias españolas que se han visto obligadas a abandonar sus casas, muchas de las cuales han perdido más del 50% de su valor inicial, tras el estallido de 2008.
La oleada de suicidios como consecuencia de estos desahucios fue lo que motivó a Colau a iniciar esta cruzada. Según la ley española, que se remonta a la década de los 40, las deudas hipotecarias están excluidas de una declaración de quiebra personal. Si incumples los pagos, seguirás teniendo esa deuda de por vida. Un prestamista puede confiscar y vender una propiedad, a menudo por un valor nominal; mientras que el propietario moroso de una vivienda, que no puede declararse en quiebra, debe seguir pagando la hipoteca de por vida, incluso después del deshaucio, haciéndose cargo además de los intereses de demora y de las tasas legales.
Cuando hace seis años empezó a organizar reuniones para los hipotecados morosos, Colau se sorprendió al ver aparecer tanta gente. Pero lo que más le sorprendió fue ver su reacción.
“Esperábamos ver a un montón de gente enfadada”, afirma, “pero la mayoría estaban deprimidos y avergonzados. Les daba vergüenza hablar de sus problemas. Ya ve, y el gobierno seguía diciéndoles que ellos eran los responsables de esta situación y que solo ellos eran los culpables. Y este mensaje se repetía día tras día en la televisión”.
El caso de Susana Ordóñez, auxiliar administrativa en un despacho fiscal, podía ser uno de los casos típicos. Afirma que el banco la presionó sin piedad cuando no pudo seguir pagando mensualmente la hipoteca. Embarazada de su segundo hijo, acababa de quedarse en paro. Su marido, constructor y decorador, tenía también poco trabajo como consecuencia de la recesión económica.
“Me dijeron que aunque me prendiera fuego en la misma plaza de Cataluña, nunca se cancelaría la deuda”, afirma Ordóñez. “Me dijeron que si no podía pagar cada mes, no solo iban a quitarme el piso, sino que ¡los servicios sociales se llevarían también a mis hijos! Ellos no tienen ningún derecho a hacerlo, pero estaba confundida y no lo tenía claro”.
Colau se convirtió en un nombre conocido tras llamar “criminal” al representante de la Asociación Española de la Banca durante una comparecencia en la comisión parlamentaria. “Fue una reacción instintiva”, afirma.
Los seguidores de Colau en Twitter aumentaron hasta 100.000, y se dispararon las visitas a la web de la PAH. Su observación dio pie a un resentimiento popular hacia el papel que desempeñaban los bancos y la percepción de que los ciudadanos más vulnerables eran sin duda los más afectados por la crisis económica.
La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de hace dos años que dictaminaba que la legislación española vulneraba la normativa europea de protección de los consumidores y la petición avalada por 1,4 millones de firmas presentada ante el Parlamento español, han conseguido que se produzcan algunos cambios, pero la PAH reivindica que se revisen las normativas, porque siguen vulnerando derechos fundamentales.
Susana Ordóñez siente una gran admiración por Colau y la describe como su “hermana” y su “salvadora”. Pero no todo el mundo es tan halagador. María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular, tildó las tácticas de protesta empleadas durante la campaña de “nazismo puro”.
Otros líderes políticos han expresado su malestar por las manifestaciones de protesta en las viviendas particulares de los políticos.
Como resultado de la publicidad entorno a estas protestas, “empecé a recibir amenazas por correo electrónico”, afirma Colau, “una con una fotografía de mi hijo con una bala en la cabeza, que decía: vas a saber lo que es tener a tu hijo muerto en los brazos”. Fue a la policía, pero hasta ahora no han encontrado a los responsables.
Este incidente, ¿le ha hecho pensarse dos veces su compromiso con el activismo social? “Oh, no” dice. “Luchar por los derechos de los demás es la mejor enseñanza que le puedo dar a mi hijo”.
LOS PADRES DE COLAU, provienen de familias humildes, se casaron jóvenes y se trasladaron a Cataluña en busca de trabajo. Su padre era creativo en una agencia de publicidad y su madre dependienta en una tienda.
“Mi madre siempre escuchaba a las personas con problemas y empatizaba con ellas, y eso nos lo transmitió a mis hermanas y a mí. Nos conmovemos fácilmente hasta las lágrimas, y algunas personas ven esto como un defecto, pero uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es que la gente es demasiado dura y reprime sus emociones. Por eso creo que es importante que haya una influencia femenina en la política”.
Muchos consideran que desgraciadamente hay poca. El verano pasado, Francisco Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid, dijo en una radio local que le daba reparo entrar en un ascensor con una mujer por “si ésta decidía arrancarse el sujetador o la falda y salir gritando que la han intentado agredir”.
Muchos reaccionaron con indignación en un país donde la violencia contra las mujeres sigue siendo un problema grave, pero Colau sintió que la mejor arma para responderle era ridiculizarlo. Publicó una foto de su sujetador en Twitter y pronto el hashtag #EscracheDeSujetadores creó tendencia. En cuestión de horas, 500 mujeres hicieron una cadena de sujetadores ante el Ayuntamiento, exigiendo la dimisión del alcalde. Se vio obligado a pedir disculpas, aunque se mantuvo en el cargo.
Colau piensa que gran parte de la clase política española es feudal, sexista e irremediablemente ajena a los problemas reales de la sociedad. Siente que su licenciatura en filosofía le es útil porque así puede hacer preguntas provocadoras. Y también tiene los pies bien puestos en la tierra, ya que empezó desempeñando pequeños trabajos como “disfrazarse de gato en Navidad”, hacer encuestas puerta a puerta y trabajar de camarera.
Con veinte años interpretó el papel de hermana mayor en una serie de televisión llamada Dos + Una. Internet sacó a la luz la noticia de su “pasado oculto” como actriz poco después de que anunciara su candidatura a la alcaldía. “Algunos políticos son corruptos y roban fondos públicos, pero mi pasado como actriz es lo peor que han podido encontrar en mí”, dice riendo.
ENTRE LA MULTITUD DE LA PLAZA de Barcelona donde Ada está dando su discurso, se encuentra su marido, Adriá Alemany. Lleva una pequeña mochila y un camión de juguete. “Estaba intentando distraer a Luca, pero se me escapó porque prefería quedarse con su madre en vez de jugar conmigo”, dice.
Alemany, economista que se enamoró de Colau cuando vio su campaña sobre el derecho a la vivienda, dice que su hijo les acompaña a las manifestaciones y a las reuniones por todo el país. Afirma que es prácticamente la única oportunidad que tienen de pasar tiempo juntos como familia.
Ni él ni Colau pueden imaginarse viviendo de otra manera. “No se trata solo de la carrera a la alcaldía, sino de movilizar a la gente corriente y darle el control de sus vidas”, dice. Los distintos partidos políticos mayoritarios han intentado varias veces captarla y le han ofrecido puestos, pero no está interesada.
¿Se ve Colau a sí misma como la piedra en el zapato de los políticos? Con una risa gutural, responde que se ve más como “un grano de arena en el fondo del mar”.
Con su candidatura a la alcaldía y al frente de su coalición de izquierda Guanyem Barcelona, que se presentará a las elecciones como Barcelona en Comú, le está haciendo la vida aún más imposible a los poderes fácticos. Acepta que el turismo es el alma de la ciudad, pero sostiene que los derechos de los residentes deben prevalecer sobre los de las grandes empresas.
Afirma que la mayoría de los puestos de trabajo generados por el turismo están mal pagados, y que gran parte del dinero obtenido acaba en paraísos fiscales en el extranjero.
Habla claramente de la necesidad de una mayor responsabilidad en la gestión y de poner fin a la práctica de las puertas giratorias de los políticos que forman parte de las juntas directivas de bancos y grandes empresas. “No presento mi candidatura para beneficiarme personalmente porque no soy como la mayoría de los políticos españoles. Es por eso por lo que me tienen miedo, y deben tenérmelo, porque no vamos a parar”.