Mi mejor comida sobre las nubes fue un 24 de diciembre de 1949. Trabajaba como albañil para el Ayuntamiento de Lérida y mi tarea encomendada era colocar una estrella hecha de armazón de madera y luces de bombillas en el castillo del Turó de la Seu Vella. Subimos los 238 escalones para coronar los 60 metros de altura del castillo. El día era frío y con niebla, y carpinteros y electricistas trabajábamos codo con codo. Aparecieron rayos de sol y, quince metros por debajo nuestro, la niebla que había descendido formaba colchones de algodón que cubrían el suelo. Era espléndido estar en lo alto; como estar en el Cielo sin necesidad de morir. A la hora de comer, me quedé solo con mi fiambrera con judías y huevo frito y un Selecciones para leer. Pasé dos horas maravillosas. Cuando volví a casa, a 10 kilómetros de Lérida, subí a un cerro y pude ver la estrella con su cola iluminada, como colgada del cielo.
Francisco Gorgues, Rosselló (Lérida)
En la noche del 24 de diciembre se reúne toda la familia. Papá Noel llega y distribuye los regalos a los niños. Unos minutos más tarde, Hugo, de tres años, llega a la sala de estar con una chaqueta, un sombrero y unos pantalones rojos en los brazos, que ha encontrado debajo de una cama. “Mirad”, exclama. “¡Papá Noel se ha marchado desnudo!”
Nicole Garin, Francia
Me estaba divirtiendo poniéndome el sombrero y la barba del disfraz de Papá Noel que un amigo iba a usar en Nochebuena. Mi marido no dejó de hacerme fotos así vestida. Unos días después, Léa, mi nieta de tres años, encontró la foto. Sorprendida, la miró cuidadosamente y exclamó: “¡Oh, Papá Noel se ha disfrazado como una abuelita!”
Le Val-d’Ajol, Francia
La escena tiene lugar en agosto. Mi hijo adulto sale del coche y ve a una niña mirando fijamente su pelo rizado y su larga barba. Él le sonríe y la niña exclama: “Papá, mira, ¡Papá Noel está de vacaciones!”.
Hélène Desprez, Francia
Es el mágico día de Navidad. Toda la familia está reunida para la llegada de Papá Noel. Los niños están emocionados al ver al simpático hombre de la barba, y sonríen, esperando a que se repartan los regalos. Solo Gregory parece perdido en sus pensamientos. Más tarde hace esta afirmación: “Aun así, es raro. ¡Papá Noel lleva los zapatos de papá!”
M. Mozer, Francia
Unos días antes de Navidad fui a recoger a mi hijo al colegio. Antes de que tuviera la oportunidad de saludar, me preguntó: “Papá, ¿Papá Noel realmente existe?” Aparentemente había sido un tema discutido entre sus amigos. Le dije que Papá Noel no era más real que los personajes de cuentos de hadas, como Cenicienta, y que había sido inventado para aumentar el suspense de los niños en Navidad. Luego añadí: “Sin embargo, si alguien sigue creyendo en Papá Noel, no hay que desilusionarlo”. Ese fin de semana fuimos a ver a mis padres. De vuelta a casa, mi hijo se inclinó hacia mí y me susurró en el oído: “Los abuelos siguen creyendo en Papá Noel y yo no les he quitado la ilusión”.
Hans-Joachim Heinke, Alemania
Una Nochebuena, alguien llamó a la puerta. Era Papá Noel, ¡con su traje rojo y barba blanca! Mis padres lo invitaron a entrar, y él se puso a posar en fotos con nosotros y a comerse nuestras galletas. Después de un rato, nos deseó a todos una feliz Navidad y se fue. Cuando la puerta se cerró tras él, nos miramos y preguntamos: “¿Quién pidió un Papá Noel?” Hasta el día de hoy, no tenemos ni idea de quién era ese hombre.
Kathy Brody, EE.UU.
Cuando papá noel vino al asilo donde trabajaba, el primer paciente que visitó fue Margaret. Estaba confinada en su cama, pero se emocionó al escuchar “Jo, jo, jo” en su puerta. “¡Papá Noel!”, susurró. “Feliz Navidad, Margaret. ¿Qué quieres para Navidad, cariño?” “Quiero un beso”, dijo con una sonrisa. Cogió suavemente la mano de Margaret, se inclinó y la besó. Luego añadió en voz baja: “Que Dios te bendiga, Margaret”. “Que Dios te bendiga también, Papá Noel”, respondió ella. Tras visitar a cada paciente en cama, preguntó a la enfermera que lo acompañaba si podía despedirse de Margaret. Buscando las palabras adecuadas, ella le dijo que Margaret había muerto poco después de que él saliera de la habitación. Le contó que, en sus últimos momentos, Margaret había hablado de ser bendecida por Papá Noel. Le dio las gracias a la enfermera por contárselo y luego, rápidamente, salió. Después de todo, nadie querría ver llorar a Papá Noel.
Stephen Rusiniak
Tenía cinco años cuando mi hermano me llevó al parque de bomberos a ver a Papá Noel que, sin saberlo yo entonces, era en realidad mi padre. Más tarde, al llegar a casa, le dije a mi madre con entusiasmo que Papá Noel llevaba unas botas como las de papá. Ella sonrió. Luego añadí: “Y también había muchas mujeres que se sentaban en su regazo”. La sonrisa se esfumó.
Dianna Reed, EE.UU.
Hace unos años, tras varios tratamientos de fertilidad, me quedé embarazada. A los seis meses, perdimos al bebé. Mi marido y yo estábamos destrozados. Unos años y lágrimas después, probamos otra ronda de tratamiento. Pero después de muchos meses sin resultados, mi maravilloso marido dijo: “Ninguno de los dos puede aguantar mucho más. Así que, si con este último tratamiento no nos quedamos embarazados, haremos algo loco, como comprar un deportivo rojo y disfrutar de la vida tal y como es”. Estuve de acuerdo. Pero por fin tuvimos un bebé. Unos meses más tarde, estábamos en un centro comercial haciéndole fotos con Papá Noel. Cuando Papá Noel nos devolvió al niño, nos sorprendió a ambos diciendo: “Es mucho mejor que un deportivo, ¿verdad?”
Annemarie Wenner
Era nochebuena, y nuestro hijo de tres años estaba nervioso. “Tienes que irte a la cama ahora mismo”, le dijo mi marido, “porque Papá Noel mirará por la ventana para asegurarse de que estás dormido antes de dejar los regalos”. De pronto, los ojos del niño se agrandaron y su voz tembló al gritar: “¡No quiero que ese hombre con barba mire por mi ventana!” No hace falta decir que nos quedamos despiertos hasta muy tarde esa Nochebuena, con nuestro hijo en la cama entre nosotros.
Michelle Rodenburg, EE.UU.
Mi nieta de casi dos años era reacia a conocer a Papá Noel por primera vez. Sin embargo, se sentó en su regazo y esperó pacientemente mientras hacíamos fotos. Por fin, harta, descubrió una manera de salir de aquella situación. Se volvió hacia Papá Noel y le dijo: “Me he hecho caca”. Con eso, Papá Noel dijo: “Suficiente”, la levantó y la devolvió a su madre.
Ruth Turner
Cuando era rector de una universidad estatal en Nueva York, volví a casa del trabajo un día de diciembre y llevé a mi hijo de cinco años a la aldea de Papá Noel. Brett estaba nervioso pero emocionado, y empuñaba una larga lista de juguetes. Cuando llegó nuestro turno, nos acercamos al ilustre hombre sentado en su gran silla. Fue entonces cuando Papá Noel, que resultó ser un estudiante de mi universidad, se levantó, alargó la mano y dijo: “Dr. Andersen, ¡encantado de verle!”. Brett dejó caer su lista, me miró con asombro y dijo: “¿Por qué no me dijiste que conocías a Papá Noel?”
Roger Andersen, EE.UU.
Me habían contratado para aparecer en una iglesia disfrazado de Papá Noel. Pero había tanto tráfico que mis elfos y yo llegamos tarde. Cuando por fin lo conseguimos, nos encontramos con feligreses irritados. De repente, un grito perforó el silencio: “¡Papá Noel!” Una niña de cuatro años corrió desde el otro lado de la iglesia y saltó a mis brazos. “Papá Noel”, exclamó sin aliento, “¡Te quiero!” Los ceños fruncidos se convirtieron en sonrisas.
Duncan Fife
Era diciembre de 1935, durante la Gran Depresión. Aunque era madre soltera con tres hijos y poco dinero, mi madre jamás rechazó a ningún hambriento que llamara a nuestra puerta. Un día, recibió a un hombre de pelo y gran barba blancas. Mientras le preparaba algo de comer, él me preguntó muy amable: “¿Qué quieres para Navidad?” “Patines”, respondí rápidamente. “Los tendrás”, me aseguró. Yo estaba eufórica. No así mi madre, pues no podía pagarlos. Llegó la mañana de Navidad y no había patines bajo el árbol. Mi madre trató de explicarme que no los tendría, pero yo sabía que sí. Fui a abrir la puerta y en el porche había un par de patines. Más tarde, mi madre me dijo que un amigo de la familia los había dejado para mí. Pero yo sé que fue Papá Noel.
Ziza Bivens
Cuando nuestra bisnieta Kylie fue a ver a Papá Noel, se aseguró de darle su lista de juguetes. Una semana después se encontró con otro Papá Noel en un centro comercial, que se detuvo a preguntarle qué quería para Navidad. Kylie se quedó escandalizada y le hizo saber lo siguiente: “Si no puedes recordar lo que te dije la semana pasada, ¿cómo vas a acordarte en Navidad?”.
Mary Paul
Había sido un año duro para mí, un padre solo con dos hijas pequeñas: estaba sin trabajo y sin dinero. Así que dije a las niñas: “Parece que nuestro regalo de Papá Noel será nuestro amor mutuo”. Entonces ocurrió un milagro. Gané 1.000 dólares en un concurso. Lo mantuve en secreto; salí de compras y pasé la Nochebuena envolviendo regalos para mis hijas, pensando continuamente: ¡Qué sorpresa se van a llevar! A la mañana siguiente, fui al salón a poner los regalos y me quedé pasmado. Había docenas de regalos bajo el árbol de Navidad, todos para mí. Mis hijas se habían sentido mal porque no tuviera regalos y habían envuelto con cuidado sus peluches y otros juguetes para que yo tuviera una feliz Navidad. Al mirar los regalos con los ojos llenos de lágrimas, me prometí no volver a dudar de Papá Noel.
Andrew Shecktor
Cuando tenía siete años, mis padres se habían divorciado tres años antes. Aun así, al despertar esa mañana de Navidad, mi padre estaba allí. A mi hermana pequeña y a mí nos dijeron que había un regalo de Papá Noel fuera. Salimos corriendo y allí estaba, una preciosa casa de juguete blanca con porche. Estaba amueblada con una mesa y dos sillas, una cuna pequeña con dos muñecas y una cocina con platos. Mi padre la había construido y mi madre había comprado los muebles y hecho las cortinas. Pasamos la mañana desayunando en nuestra pequeña casa de juguete con mis padres. A pesar de que nuestros padres ya no estaban juntos, supimos que siempre estarían “juntos” para sus hijas. Y así fue.
Sharon Smitherman
Como no teníamos mucho dinero, nuestra familia se centraba menos en los regalos y más en el nacimiento de Jesús. Pero eso no significa que no tuviéramos regalos. Vivíamos cerca de un convento franciscano y, cada Navidad, las monjas nos traían una enorme caja llena de galletas al horno, algunas bañadas en chocolate, otras con textura de tarta de frutas. Qué tesoro descubrir que Papá Noel viste de muchos colores, además del rojo. A veces llega vestido de negro y sabe cocinar.
Melanie Salava
En Nochebuena, mi marido fue a casa de los vecinos a recoger los regalos para nuestro hijo e hija. Acababa de meterme en la cama cuando lo oí volver. Nuestro hijo de tres años también lo escuchó, corrió a mi cama y se agarró a mí, nervioso y emocionado de que Papá Noel estuviera en casa. Esperamos en silencio unos minutos, hasta que él susurró: “Qué pena que papá no pueda estar aquí”.
Connie Chamberlain
Una amiga me pidió que me disfrazara de Papá Noel para sorprender a su hijo. Fui a su casa, me disfracé en el cuarto de baño y, para felicidad del niño, salí con un fuerte: “¡Jo, jo, jo!”. Media hora después, volví al cuarto de baño para cambiarme de nuevo. Me puse mi ropa y salí. El niño entró detrás de mí. Miró a su alrededor buscando a Papá Noel. Luego, llegando a la única conclusión posible, levantó la tapa del inodoro y gritó: “¡Adiós, Papá Noel!”
Kevin Cuddihy