Cuando estaba en tercero de primaria, hacíamos en el colegio búsquedas del tesoro. Recogíamos tizas, lápices, piedras y cosas que estaban escondidas, cumplimentando nuestra lista. Era una carrera muy reñida. Me quedaba sin respiración cuando me tocaba buscar el último artículo, el más difícil de conseguir: un trébol de cuatro hojas.
Estaba muy segura de que iba a ganar, tenía una baza. El caso es que siempre había sido capaz de encontrar el trébol de cuatro hojas, hasta donde recuerdo. Simplemente los veía. Me pasé toda la infancia cogiendo tréboles de cuatro hojas y metiéndolos en libros en casa de mi madre. Empecé con libros grandes encuadernados en tela o cuero: el “Ulises” de Joyce, la colección completa de obras de Shakespeare, la copia de “Los Miserables” de mi bisabuela. Solía esconder solo uno o dos tréboles por cada libro, quería que fueran una sorpresa agradable, no algo previsible. Cuando me quedé sin libros de idílica encuadernación, empecé a guardar mis tesoros en cualquier cosa que me encontraba: libros de bolsillo de ficción muy usados, libros de cocina. Sigue pasando lo mismo en mi casa ahora. Si agitas un libro, es muy posible que salga algún fino tesoro como el papel.
Hace unos años, durante un viaje a Nueva Escocia, en Canadá, mi marido y yo paramos en la carretera para hacer un picnic. El suelo estaba lleno de tréboles. Cada vez que miraba veía alguno. Algunos tenían cuatro, cinco o incluso seis hojas. Los puse en la mesa del picnic para contemplar cómo mi marido, que todavía no había encontrado nunca ningún trébol de cuatro hojas, los miraba con admiración. Para mí era lo más normal del mundo. Las diferencias entre sus formas saltaban a la vista, rompiendo el precioso patrón de los tréboles tradicionales, con sus tres perfectas hojas.
El verano pasado, mientras esperaba en el aeropuerto de Múnich, encontré un pequeño trébol de cuatro hojas en una rotonda y lo metí en mi pasaporte. De vuelta a casa, a mi marido y a mí nos metieron en primera clase. Nuestros amigos dijeron que el trébol nos había dado buena suerte. Yo creo que construimos nuestra propia suerte. Creo que es más probable que nos cambiaran porque nos cancelaron el vuelo y nos quedamos en dos ciudades de continentes distintos.
Hay discrepancias sobre si la suerte la da encontrar el trébol o tenerlo. Hay gente que cree que la suerte se pierde si se enseña el trébol de cuatro hojas a alguien y otros piensan que se duplica si se regala.
Yo creo que el positivismo se basa en compartir. Me siento afortunada de encontrar tréboles, pero no creo realmente que influya en mi suerte o en mi vida de forma tangible más allá del hecho de compartir algo especial que en un momento dado te une a un amigo o a un extraño en cuanto a que ambas personas se maravillan por haber encontrado algo tan excepcional.
¿Qué es la suerte, de todas formas? ¿Significa que no eres merecedor de las cosas que te pasan? ¿Debería haberme quedado todos los tréboles que he encontrado en vez de regalarlos? Yo creo que hay magia casual en todos los actos del día a día. Yo creo que tener suerte es simplemente saber lo que es buscar un trébol genéticamente deformado y amarlo para aprender a valorar la diferencia.
¿Por qué nos hace tanta ilusión encontrar un trébol? No es solo porque sean raros. Yo los encuentro continuamente y, aun así, me veo obligada a buscarlos. Cada vez que veo alguna zona de tréboles, me lanzo a cogerlos. Siento una obsesión que no queda satisfecha hasta que tengo un trébol de cuatro hojas en mis manos. Es una especie de manía.
Siendo una simple anomalía genética, los tréboles de cuatro hojas son bastante comunes. Pienso en todas las mutaciones que podemos encontrar en la naturaleza. Uno de cada 10.000 tréboles tiene cuatro hojas. Puede ser el resultado de un gen recesivo, una mutación somática o la influencia del medio ambiente. Puede ser una combinación de todas estas influencias, pero, ¿no es aquí donde la ciencia se une con la magia?
No tengo una habilidad excepcional para encontrarlos. Edward Martin Sr., de Alaska, tiene el récord Guinness tras haber encontrado 111.060 tréboles de cuatro hojas hasta 2007.
De todas formas, a mí lo que me gusta es encontrarlos, no coleccionarlos. Soy la más feliz del mundo encontrando tréboles “de la suerte” y regalándolos. Se los doy a las madres que están en el parque que se lo enseñan a sus hijos y se quedan pasmados. Le di uno al señor de la tienda de la esquina de mi casa donde todavía cuelga sobre la caja registradora. Se los doy a mis amigos que los meten en las tarjetas de visita o en sus carteras.
La gente me pregunta que cómo lo hago y la respuesta es que amo los tréboles: el dulce olor, la variante común con su bonito trío de hojas, así que paso más tiempo buscándolos que el resto de la gente. Yo me imagino que esa es la razón principal por la que encuentro tantos. He desarrollado la costumbre de arrastrar los dedos de las manos o de los pies por una zona llena de tréboles que separo momentáneamente de forma individual y que hace que los irregulares pasen delante. Creo que la concentración es necesaria para encontrarlos, no hace falta estar tenso, pero sí ligeramente atento. Dejo mis ojos relajados y las diferentes formas saltan a la vista.
La otra razón es ingeniosa. ¿Recuerdas esos posters de los 80 que estaban hechos de pequeños puntos? Si los mirabas a conciencia, todo lo que veías era el patrón. Pero si los colgabas en la pared y dejabas tus ojos descansar, aparecían formas: dinosaurios, paisajes, mariposas, fractales, es un truco de la vista. Con lo cual, si no forzabas mucho la vista, lo veías más claro, pero en el instante en que enfocabas, la imagen se desvanecía. Era indignante para aquellos que no podían verlo y triunfal para los que sí.
Pasa lo mismo con los tréboles de cuatro hojas. Si lo intentas demasiado, solo verás el conjunto. Tienes que poner la mente en un estado de pereza estival. Dejar tus manos a la deriva por la densa mancha, dejando que sean los tréboles los que te revelen el secreto uno por uno. Aprecia esos que solo tienen tres hojas. Admira su simetría. Las cosas comunes son preciosas también. Y, sin que lo esperes, se te mostrará el trébol de cuatro hojas por sí solo, simplemente así.
Aquel día de primaria me sumergí en un montón de tréboles, rozando la superficie con mis manos para separar la maraña de hojas atenuando la vista para ver las irregularidades. Solo pasaron unos segundos antes de que entre mis dedos hubiera un trébol de cuatro hojas, así de fácil. Recuerdo levantar el trébol como señal de triunfo y satisfacción. Recuerdo las miradas de admiración de mis compañeros.
Independientemente del juguete que gané ese día, mi verdadero premio fue el nuevo mundo que se abrió ante mis ojos, la satisfacción que sentía por el simple hecho de buscar tréboles, de mirarlos de cerca, de esa magia de la naturaleza que te complace cuando la encuentras.