“¡Anda, mSira! ¡Nosotros tuvimos uno de estos!” No es común oír estas palabras en un museo. Después de todo, ¿quién tiene un Van Gogh, un Picasso o un Matisse colgado encima del sofá? Pero el reconocimiento nostálgico es la atracción principal del Museo del Siglo XX en la ciudad holandesa de Hoorn. Si visitas cualquier museo reconocido, ya sea en Londres, París o Madrid, tendrás una perspectiva de la vida de los ricos y pudientes de épocas pasadas. Si quieres saber quién construyó sus palacios, luchó en sus guerras y preparó sus comidas, saldrás decepcionado. Se sabe muy poco de las masas de personas de a pie de siglos anteriores, pero el Museo del Siglo XX es diferente.
“No nos interesan los diseños top”, afirma Hans Stuijfbergen, de 58 años, creador y director del Museo del Siglo XX. “En otros museos podrás ver esa silla de valor incalculable de Le Corbusier. Aquí preferimos la silla de Ikea y las estanterías Tomado, porque son las que tenían las personas normales”.
A Stuijfbergen se le ocurrió la idea del museo en 1992, cuando recorrió Estados Unidos por la legendaria Ruta 66 con su mejor amigo, Harry van Lunteren. Por el camino encontraron varios pequeños museos en los que les sorprendió hallar objetos tan “normales” como máquinas de escribir antiguas y gramolas.
Stuijfbergen explica: “Harry y yo habíamos creado la asociación holandesa de la Ruta 66, así que nuestro plan inicial era abrir un museo holandés cuya temática versara sobre Estados Unidos durante la década de los 50 del siglo pasado, pero al llegar a casa, decidimos hacerlo sobre la vida cotidiana en el siglo XX en general”.
Tenían la idea, pero no la colección. “Lo que suele ocurrir es que los coleccionistas buscan la forma de abrir un museo como legado, pero en nuestro caso fue al contrario. Teníamos la idea y tuvimos que buscar la colección y eledificio”. Encontraron ambas cosas con una rapidez sorprendente.
La mayoría de los museos en los Países Bajos (y en otros lugares) guardan enormes colecciones de obras de menor importancia. “Creímos que ahí encontraríamos el material que queríamos exponer”, afirma Stuijfbergen, pero se libraron de la dolorosa experiencia de tener que lidiar con el papeleo y la burocracia entre museos.
Una colección ecléctica
En una revista para coleccionistas encontraron un artículo sobre Rob Cohen, entusiasta del tipo de objetos en los que estaba interesado el nuevo museo. Cohen, comercial jubilado, había acumulado una gran colección de objetos domésticos relevantes y efímeros. Tenía pensado mudarse a un piso pequeño y buscaba un lugar donde poder guardar la colección.
Stuijfbergen recuerda: “Contactamos con él y quedamos”. Conocieron a Cohen, un caballero de sesenta y tantos, que durante su jubilación había amasado una colección que superaba las 1.500 piezas. “Iba desde objetos pequeños, como una antigua moneda de 10 céntimos sobre una cuchara de té, al primer gramófono con mando a distancia”, explica Stuijfbergen. “Era una colección muy rara y ecléctica. Rob Cohen sentía un interés especial por los objetos técnicos raros, como una antigua olla a presión y un aspirador muy poco común. También tenía carpetas llenas de manuales de instrucciones. Era la colección perfecta para empezar el museo”.
Cohen quería dejar la colección a sus nietos, pero prestársela a aquel museo en ciernes durante los próximos 20 años era la forma perfecta de conservarla hasta que sus nietos tuvieran edad de apreciarla.
Un antiguo almacén de quesos en Hoorn, histórica localidad portuaria y ciudad natal de Stuijfbergen, junto a la costa del antiguo Mar del Sur, a unos 50 kilómetros al norte de Ámsterdam, y sus 1.500 metros cuadrados eran perfectos para la colección, y el Ayuntamiento estaba dispuesto a bajar el precio del alquiler.
De 1.500 objetos a 30.000
El museo abrió sus puertas de manera oficial el 1 de abril de 1994 con la colección de Cohen como núcleo del museo y el propio coleccionista implicado de forma activa. “Rob solía dar visitas guiadas por su propia colección en el museo”, afirma Stuijfbergen hoy el único director desde que Van Lunteren falleciera en 2009.
Junto a los visitantes y la publicidad llegaron donaciones de objetos comunes y no tan comunes. Los 1.500 metros cuadrados del almacén no tardaron en quedarse pequeños, pero para entonces la ciudad de Hoorn consideraba el museo como un activo de su esplendor del siglo XVII. El museo se trasladó a una antigua prisión en una islita en mitad del puerto. El año pasado, con la celebración de su 25º aniversario, recibió a su millonésimo visitante y la colección ahora se compone de más de 30.000 objetos.
Es la mayor colección de aparatos domésticos de los Países Bajos y probablemente de más lugares. “No tenemos de todo. No disponemos de mucha ropa, pero hay otros museos que la coleccionan”, afirma Stuijfbergen.
La colección original de Cohen sigue formando parte del museo, que se la compró a los herederos de Cohen tras su fallecimiento en 2019. Está expuesta en una serie de salones, cocinas, baños y habitaciones y cada uno de ellos tiene una decoración coherente con el estilo de una década.
Todos los visitantes mayores de 20 años reconocen objetos y estilos. Los padres jóvenes enseñan a sus hijos los juguetes con los que jugaban en los 80 y 90 del siglo pasado, antes de que se inventaran los smartphones y tabletas, y ellos mismos observan los muebles de su juventud y contemplan con entusiasmo los muebles de sus abuelos, que hoy se consideran ‘vintage’. Los mayores tienen sentimientos parecidos sobre el estilo de sus abuelos de los años 30 y 40. Y lo más antiguo infunde una sensación de asombro y admiración por la rapidez de los avances tecnológicos del último siglo.
Este sentimiento se refuerza en lo que el museo llama su “depósito abierto”, donde se encuentran largas filas de vitrinas de cristal que contienen expuestos miles de objetos que no cabían en la exposición principal del museo. Es una enorme colección de colecciones, con un pasillo dedicado a equipos audiovisuales, que van desde el “dictáfono” de Edison a los radiocasetes de la década de los 90, y desde la grabadora hasta el Walkman.
No está en venta
“Y este es nuestro depósito principal”, explica Stuijfbergen mientras nos guía hacia un almacén donde llevan las donaciones para que sean catalogadas y guardadas en grandes cajas de cartón, con carteles como “patines” o “VCR”, como si se organizara un gigantesco mercadillo. Pero vender cualquiera de estos objetos es imposible, ni siquiera los repetidos. “Son todo donaciones, y los regalos no se venden”.
Por otra parte, Stuijfbergen y su equipo de voluntarios han echado el ojo a un gran museo moderno en las afueras de Hoorn, que construyó un banquero para su colección de arte privada. El banquero quebró durante la crisis financiera de 2008 y se deshizo de su colección. El edificio no volvió a ocuparse. Sería perfecto para el Museo del Siglo XX. “También resolvería nuestro problema de aparcamiento. Allí hay espacio para autobuses”, afirma Stuijfbergen. Por desgracia, el edificio no saldrá gratis.
Aun así, con un poco de suerte, nuestros descendientes en el siglo XXIII podrán hacerse una buena idea de cómo vivía, trabajaba y se divertía la gente durante la época de las guerras mundiales, gracias a este museo y a su particular visión del coleccionismo.