La multitud fija la mirada en Zaid Ait Malek mientras se sitúa en la línea de salida. Con el pelo alborotado e inquieto por naturaleza, hace el payaso con los demás compañeros, pero luego, cuando comienza la cuenta atrás, se queda callado, mirando directamente adelante. “Diez, nueve…”
Este corredor de montaña de 38 años visualiza cómo se enfrentará a los desafíos del recorrido, cuándo acelerará y cuándo frenará. Zaid une sus manos en oración. Dios nos proteja a todos y nos devuelva sanos y salvos.
La forma en que Zaid se plantea esta carrera, la Calamorro Skyrace de Benalmádena, en marzo de 2022, es la misma en la que se plantea la vida. La fe, la resiliencia y la alegría le han ayudado a recorrer este viaje que comenzó como polizón desde Marruecos, continuó como marido y padre y terminó como héroe deportivo en España.
Pero ahora mismo está concentrado en esta carrera de 27 kilómetros a través de montañas que coronan la costa sur española. “Dos, uno”. “Cuando suena la señal, los “corredores de montaña” salen en estampida y desaparecen rápidamente. Unos 120 corredores de élite de toda España compiten por un trofeo y un premio (1.200 euros para el ganador).
Mientras pasa entre arbustos con las piedras sueltas bajo los pies, Zaid se transporta de vuelta a su infancia, a las montañas del Atlas, donde creció.
Mientras que los niños de la ciudad tienen parques para jugar, Zaid y sus nueve hermanos, él es el tercero más pequeño, tenían montañas escarpadas. Jugaban con cabritos junto a la jaima de la familia, la tienda en la que viven los nómadas bereberes; su madre la había tejido con lana. Las cabras formaban parte de un rebaño que su familia cuidaba y se movían para buscar nuevas áreas de pastoreo. A Zaid le encantaba ver a los animales saltar de roca en roca con sus patas bien seguras, y comenzó a imitar su técnica hasta que se convirtió en algo instintivo. Otro de sus juegos favoritos consistía en lanzar piedras por la ladera de la montaña y perseguirlas tan rápido como pudiera.
La jaima familiar estaba situada en las montañas de Oudadi, un aislado pueblo a unos 350 kilómetros hacia el interior de Casablanca y a la misma distancia al noreste de Marrakech. Como bereberes, vivían alejados de la vida moderna, con su propia cultura y lengua antigua.
La vida era difícil. La madre de Zaid, Heda, a menudo se quedaba sin comer para que hubiera para sus hijos. Hssain, su padre, estaba lleno de ideas y planes para mejorar las cosas, y quería lo mejor para sus hijos.
Cuando Zaid cumplió seis años, Hssain le preguntó: “¿Quieres ir a la escuela?” Cuando su padre le compró una mochila en el mercado y le dijo: “Estudia mucho y esfuérzate por mejorar”, no pudo negarse. De todos modos, realmente quería la mochila.
Zaid fue el primero de sus hermanos en ir a la escuela y le supuso un choque. No sabía leer ni escribir y hablaba solo bereber; no sabía árabe, el idioma oficial de Marruecos. En el patio, veía a los niños jugar, pero no sabía cómo participar.
Y vivir en una casa (residía con la familia de su hermano mayor en Oudadi para estar cerca de la escuela), también se le hacía raro. Echaba de menos quedarse dormido en la única habitación de la jaima mientras sus padres le contaban historias, y despertarse con el balido de las cabras y el canto de los pájaros. Vivía soñando con las vacaciones, cuando podía correr libre por las montañas.
Pero Zaid se adaptaba rápido y hacía amigos con facilidad, y siempre era el primero de su clase. Hssain se llenaba de orgullo cuando veía las notas que su hijo traía a casa.
Zaid, que había aprendido árabe, fue a la universidad, pero sabía que su padre hacía un gran esfuerzo por costearle los estudios. “Debería estar ganándome la vida, en vez de costarte dinero a ti”, le dijo Zaid finalmente, y, a pesar de las protestas de su padre, dejó la facultad al final de la adolescencia para trabajar junto a su primo Hassan en la construcción en Casablanca y en la capital, Rabat.
Ambicioso y con enormes ganas de seguir aprendiendo, Zaid llamó la atención de su jefe, que lo formó como electricista y le dio los mejores trabajos. A los 20 años, Zaid ganaba lo suficiente para enviar dinero a casa. Tenía una buena vida.
Pero el discurso entre el resto de los trabajadores, especialmente Hassan, era que la vida era mejor en Europa, donde los salarios eran el doble o el triple de lo que ganaban en Marruecos. Cuando un chico de Oudadi volvió de España con un coche extranjero, Hassan le dijo a Zaid: “trabajaremos toda nuestra vida y nunca podremos permitirnos un coche así”.
Para la mayoría, la única manera de entrar en Europa era ilegalmente, escondidos en un camión a bordo de un ferry que hacía el viaje de 30 kilómetros a través del Estrecho de Gibraltar. Hassan a menudo pasaba sus días libres en Tánger, buscando oportunidades para salir de Marruecos.
A finales de diciembre de 2006, Zaid estaba en la jaima de sus padres, preparándose para la fiesta musulmana de Eid al-Adha, cuando Hassan llamó desde Tánger. “Me voy a escapar”, dijo. “Ven y ayúdame a encontrar una manera de llegar a España”. Zaid le respondió: “¡Estás loco!” Pero hizo el largo viaje a Tánger en busca de su primo para llevarlo de vuelta a casa.
El 30 de diciembre, los dos dieron un paseo a última hora de la tarde hasta el puerto “simplemente para echar un vistazo” prometió Hassan, antes de volver a Oudadi. Pero cuando un camión, bloqueado por un taxi, se detuvo a su lado, Hassan desapareció rápidamente debajo. “¡Vas a morir!”, siseó Zaid. “¡Sal de ahí!” Pero al mismo tiempo que sentía pánico sintió también un impulso repentino y se metió bajo el camión, donde se agarró al bastidor.
Los primos se aferraron cuando el camión embarcó en el ferry. Una vez que los conductores se dirigieron a la cubierta superior, bajaron y encontraron un tráiler cubierto con una lona para esconderse. Zaid solo llevaba chándal y zapatillas de deporte, y no tenían agua, pero cuando el ferry zarpó se sintió tranquilo. Estoy aquí, pensó. Esta puerta se ha abierto y voy a atravesarla.
EXTRAÑO EN TIERRA EXTRAÑA
En el puerto de Algeciras, los polizones asomaron con cautela. Habían llegado a medianoche y el conductor había dejado el tráiler en el aparcamiento y se había marchado. A la 1:30 de la mañana el puerto estaba en silencio. Los dos salieron del tráiler y se dirigieron a la ajetreada Autovía del Mediterráneo, donde comenzaron a caminar hacia el noreste, hacia Málaga. Comenzó a llover y se refugiaron bajo un puente antes de emprender la marcha de nuevo al amanecer.
Alrededor de las 9 de la mañana un coche se acercó lentamente. “¡Policía!, gritó Hassan, y se apartó de la carretera. Zaid saltó una cerca y se escondió detrás de un árbol. Cuando echó un vistazo, vio venir el coche de la policía. Hassan, que había sido detenido y estaba en la parte trasera del coche, sería deportado en breve y pudo ver cómo su primo, más atlético, se alejaba a toda velocidad de la autovía y se perdía de vista.
Zaid corrió hasta llegar a un camino tranquilo. Se sentía muy solo. Era un inmigrante ilegal, no había comido en 24 horas, y solo tenía la ropa mojada y pegada a la espalda y algo de dinero marroquí. No conocía a nadie, no hablaba español, y no tenía a dónde ir.
Pero recordó a su padre diciéndole: “debes seguir siempre el camino que se abre ante ti.” Tenía que confiar en que su padre tenía razón. Era la víspera de Año Nuevo, el tipo de día adecuado para nuevos comienzos.
Cuando pasó por una estación de servicio, la mujer de habla árabe que trabajaba allí lo llamó y le ofreció café, desayuno y una bolsa con pan y Coca-Cola. También le dio el nombre de unos amigos suyos en Barcelona, así que Zaid comenzó a caminar en esa dirección. Un par de horas más tarde, unos marroquíes lo recogieron haciendo autostop, lo llevaron a su casa, le dejaron ducharse y le dieron ropa limpia.
Cuando les dijo a dónde iba, se rieron. “¿Andando? Son casi mil kilómetros. ¡Tardarás meses!” Ellos iban a visitar a la familia en la provincia de Almería e invitaron a Zaid a unirse a ellos.
En Almería, Zaid llamó a su madre desde un teléfono público. “No sabíamos dónde estabas”, dijo, con voz preocupada. “¡Ni siquiera tenías planeado irte!”
Zaid le aseguró que estaba a salvo, y añadió: “Ahora que estoy aquí, voy a tratar de construir una vida mejor.”
Al colgar, Zaid escuchó a alguien hablando bereber. El hombre en la cabina de al lado se presentó como Jilaliand y era de un pueblo cerca de Oudadi. “¡Qué coincidencia!”, exclamó Zaid.
Jilali dijo que trabajaba cerca recogiendo fruta; su jefe le había dado una casa y estaba buscando trabajadores. “Ven conmigo,” dijo. Conocer a alguien de su mismo pueblo era como una señal del destino, así que después de dar las gracias a sus nuevos amigos, Zaid se fue con Jilali.
La recogida de tomates y sandía durante ocho horas al día le provocaba dolor de espalda y ampollas en las manos, y las temperaturas bajo el plástico, que alcanzaban cuarenta y tantos grados en verano, eran difíciles de soportar. Zaid estaba trabajando cerca del desierto de Tabernas, en la extensión hortícola conocida como Mar de Plástico.
Como inmigrante ilegal, Zaid podía ser deportado en cualquier momento. Pero había valido la pena; su jefe le hizo un contrato y pagó sus impuestos y contribuciones. Y después de tres años Zaid sería candidato para obtener la residencia española. Entonces podría buscar un trabajo mejor y visitar a su familia.
La casa de Jilali estaba deteriorada y no tenía electricidad, así que Zaid se puso a trabajar para conectar una fuente de alimentación, y compró bombillas y enchufes, una televisión, y las herramientas y piezas para una ducha. Cuando el jefe fue para una visita, se quedó asombrado. “¿Qué ha pasado?”, le dijo a Zaid. “¿Acabas de llegar aquí y ya has hecho todo esto?”
Mientras, los compañeros de trabajo de Zaid, al ver lo rápido que corría en el campo de fútbol en su tiempo libre, lo invitaron a unirse al equipo local. Y comenzó a aprender español de manera autodidacta para estar listo para cualquier oportunidad futura. Por fin sentía que todos los trozos de su vida se estaban uniendo.
UN GIRO INESPERADO
Una mañana de 2009, dos años después de su llegada a España, el teléfono de Zaid sonó mientras recogía tomates. Era su hermano, que le dijo llorando: “Nuestro hermano Hassan ha muerto.” Una bombona de butano había explotado, y Hassan, el segundo hermano, había fallecido.
Entonces su padre se puso al teléfono. Zaid le dijo: “Voy a casa.”
Pero Hssain dijo, “No ganaríamos nada con eso. Tu hermano no va a volver y te arrepentirías. Sigue en el camino. Encuentra lo que estás buscando y cumple tus sueños.”
Zaid se sentó en una caja en el invernadero y lloró. Luego se encerró en su habitación y estuvo dos semanas sin trabajar y sin apenas comer, solo acostado en la cama, dando vueltas a las cosas una y otra vez. Sus amigos estuvieron a su lado, tratando de persuadirle para que se quedara.
Zaid sabía con certeza que con el dinero que enviaba a casa, su padre había logrado comprar una casa a medio construir y estaba trabajando en terminarla. Así que decidió tratar de mantenerse positivo. Sentía nostalgia de su casa, pero seguiría adelante.
Un año más tarde recibió otra llamada de Marruecos: su padre había fallecido de cáncer. Fue el más duro de los golpes: Zaid se torturaba al pensar cuánto lo habría echado de menos su padre. Lloró, pensando hizo tanto por mí y yo no pude estar con él cuando murió.
A Zaid le faltaban solo semanas para conseguir los papeles que le permitirían quedarse en España; finalmente, tres años después de dejar Marruecos, podría ir a ver a su familia. Pero cuando hizo la solicitud en enero de 2010, se la denegaron; le dijeron que no había trabajado suficientes días para cumplir los requisitos, sin embargo sabía que los había trabajado. Zaid se enfrentó a su jefe y descubrió que para ahorrarse dinero, no había declarado el número completo de días que Zaid había trabajado.
Se quedó en shock. Pero no había nada que hacer. Si quería vivir en España, tendría que quedarse y trabajar un año más para recuperar el tiempo. En octubre, cuando se enteró de que había trabajo temporal de recolección de aceitunas en los olivares de Baena, se fue, esperando encontrar un jefe más fiable.
Como no había nadie con quien jugar al fútbol en su nuevo destino, Zaid empezó a correr. Una noche lluviosa, se reunió con tres corredores españoles del club de atletismo local, Media Legua Baena. Hablaron mucho durante la carrera de 16 kilómetros y Zaid mantuvo el ritmo sin esfuerzo. Llevaba zapatillas de deporte viejas y no tenía equipación, pero los miembros del club vieron su talento.
Al día siguiente, mientras Zaid observaba cómo entrenaba la gente en el club de atletismo, apareció un coche de policía. Su corazón comenzó a palpitar rápidamente mientras un agente uniformado le miraba por encima de las gafas de sol. “¿Te acuerdas de mí?”, dijo, y Zaid vio con alivio que era uno de los corredores. “El presidente del club quiere conocerte”, dijo el hombre.
Media Legua estaba buscando corredores talentosos para ayudarles a ganar carreras regionales, pero, lo más importante era que los miembros formaban parte de una comunidad amable y acogedora.
“Si te ayudamos con los papeles de residencia y te buscamos trabajo”, le dijo Jesús Morales, el presidente del club, “¿te gustaría quedarte con nosotros como corredor del club?”
“¡Sí!”, respondió Zaid.
Uno de sus trabajos era ayudar a Carlos Chamorro, que dirigía el programa de entrenamiento para niños del club. Carlos se quedó con la enorme sonrisa y los modos amables de Zaid cuando Jesús se lo presentó, y le gustó inmediatamente. El entusiasmo y el sentido de la diversión del nuevo asistente triunfó pronto entre los niños también.
Los miembros del club hicieron que Zaid se sintiera como uno de los miembros de la familia del club, ayudándole a arreglar una casa y donando los muebles que necesitaba. “Lo queremos y él a nosotros”, recuerda Jesús. “Compartimos lo que teníamos, y él nos dio todo lo que tenía que ofrecer.”
Después de algo de entrenamiento técnico, Zaid (al que los miembros del club habían apodado “Ferrari”) pronto comenzó a viajar en el autobús del equipo y a correr con orgullo para el club en carreras de asfalto por toda la región.
Un sábado a finales de 2010, Carlos invitó a su amigo a un entrenamiento en las cercanas montañas de las Sierras Subbéticas. Corriendo en este tipo de terreno, Zaid se encontraba en su elemento. “Es como volver a los seis años y jugar en las montañas del Atlas de nuevo”, le dijo a Carlos, riendo mientras saltaba por el empinado y rocoso terreno y esprintaba ladera abajo. Carlos no podía creer lo que veían sus ojos. ¡Es como una cabra montesa!, pensó. ¡No tiene miedo!
Mientras que las carreras de asfalto se realizan sobre superficies uniformes, la montaña implica senderos difíciles y escaladas empinadas. Carlos explicó que había competiciones de trail-running de gran altitud para conseguir títulos locales, regionales, nacionales y mundiales. Zaid escuchó, sorprendido. ¡Era el desafío que había estado buscando! “Hay una carrera aquí en las Subbéticas la próxima primavera”, dijo Carlos. “Deberíamos entrenar e intentar inscribirnos”.
La carrera era la Subbética Trail 2011, un campeonato regional de 26 kilómetros que atraía a los mejores corredores de España. Junto a un pequeño grupo del club, Carlos y Zaid se clasificaron. El día de la competición, Zaid, con zapatillas deportivas nuevas, se alineó junto a más de 150 competidores y salió a toda marcha. Mientras corría detrás, Carlos podía oír a los competidores hablar de su amigo. “¡Piensa que es una carrera de asfalto!”, dijo uno. Subir una cuesta demasiado rápido acabaría pronto con la energía de cualquier corredor.
Pero Zaid llegó a la montaña tan rápido que, una vez en la cima, no pudo ver a nadie detrás, y entró en pánico. ¡Me he perdido!, pensó. El responsable de la carrera, que estaba descansando cerca, se levantó de un salto, perplejo. “¿Ya estás aquí?”, susurró.
Zaid siguió adelante, corriendo increíblemente rápido por los peligrosos tramos de descenso también, y ganó la carrera. Fue un sueño hecho realidad cruzar la línea entre fervorosos aplausos y compartir esta experiencia con las personas que le habían ayudado tanto. Había terminado dos minutos y 17 segundos por delante del actual campeón y más de diez minutos por delante del resto de competidores. Las ventajas en estas carreras generalmente se miden en segundos.
Para un principiante desconocido ganar este prestigioso evento con tal margen era alucinante. Todo el mundo se estaba preguntando quién era y de dónde había venido. El seleccionador regional dijo que pensaba que Zaid podría clasificarse para el campeonato nacional, la Copa de España. Lo hizo, y ganó la competición en 2013, y otra vez en 2014.
Era tal su empuje mental y físico que Zaid ganó incluso mientras ayunaba en Ramadán, aunque dijo que era su fe musulmana la que le daba fuerzas.
Una de las carreras de altura más emblemáticas de España es la Maratón Zegama-Aizkorri. Son 42 kilómetros, con una elevación de 2.700 metros. Miles de corredores solicitan participar, pero solo 500 se clasifican. Aunque Zaid era un recién llegado, en 2013 el club persuadió a los organizadores para que le dieran una oportunidad. Cuando llegó en cuarto lugar, completando la carrera en menos de cuatro horas a solo cuatro minutos del ganador quedó claro que Zaid tenía el potencial para convertirse en campeón del mundo.
Zaid iba subiendo en la clasificación y, como iba a cambiar su enfoque para competir en la élite, Carlos y él correrían su última carrera juntos en 2015. Cuando Carlos se acercó a la línea de meta, vio a su amigo esperándolo para cruzar la meta juntos.
VUELTA A CASA
Con la ayuda del club de Baena, Zaid finalmente había recibido sus papeles de residencia españoles. Tendría que volver a cumplir los requisitos cada año, con un número mínimo de días de empleo. Pero eso significaba que por fin, en 2012, podría salir de España para visitar a su familia.
Era medianoche cuando llegó a casa y abrió la puerta. Todo el mundo lo estaba esperando. Estaba triste porque su padre y hermano no estaban allí para darle la bienvenida, pero su madre estaba valientemente decidida a hacer de esto un alegre regreso a casa. Dio un paso adelante y lo abrazó, sonriendo. “Estoy feliz de volver a verte,” le dijo. Zaid prometió que volvería pronto, y con frecuencia.
Aunque la vida de Zaid estaba ahora en España, sus raíces estaban en Marruecos, y pronto también lo estaría su corazón. Una joven llamada Aicha Ouhou, nacida en el pueblo vecino pero criada fuera, era parte de un amplio círculo de amigos que seguía en Facebook los éxitos de Zaid en las carreras. No se habían conocido aún, pero gracias a los chats habían desarrollado un vínculo especial.
En su segunda visita a casa, en 2013, conoció a Aicha. Tan pronto como la vio sonreír, supo que estarían juntos: las miradas hablaban por sí solas. Se casaron al año siguiente.
Carlos y amigos de Baena asistieron a la boda en Oudadi, y para Zaid, fue como si todas las piezas de su vida, el amor, las carreras, la felicidad y el éxito en dos países por fin encajaran.
Luego sufrió un gran revés. En 2014, la Federación Andaluza de Montañismo (FAM) comenzó lo que se pretendía que fuera un proceso rápido de nacionalización de Zaid por su excepcional valor para el atletismo español. Pero no sucedió nada.
Durante los años siguientes, nadie sabía por qué Zaid no recibía una respuesta del gobierno a su solicitud de nacionalización. Más tarde, en 2018, se enteró de que estaba a punto de ser deportado. Como dedicaba tanto tiempo a las carreras, se había quedado corto en el número de días que se le exigía trabajar para conservar su residencia. “Este es el fin del sueño”, le dijo a sus amigos. “Estoy acabado.”
Pero sus amigos no estaban dispuestos a permitirlo. Cuando los ánimos de Zaid flaqueaban, la comunidad internacional de carreras intervino para apoyarlo. El corredor español Javier Ordieres inició una campaña online llamada #ZaidSeQueda para presionar a las autoridades, que se difundió rápidamente en redes sociales. “En el momento en que nos enteramos que necesitaba ayuda”, dice Javier, “todo el mundo se entregó al 100 por cien.”
El 29 de septiembre de 2018, Zaid comenzó lo que iba a ser su última carrera antes de la deportación, el Ultra Pirineu de 110 kilómetros en Bagà (Barcelona): había 923 participantes. Estaba agotado por el estrés, pero cientos de personas estaban allí para animarlo, con pancartas. Corrió como el viento y terminó segundo.
Mientras estaba en la zona de meta miró su teléfono y vio cientos de mensajes de apoyo que lo inundaban, entre ellos ofertas de ayuda legal.
Pronto se descubrió que la solicitud de nacionalidad presentada en 2014 seguía en el registro de Baena; al parecer, se había archivado por error.
A Zaid le otorgaron la nacionalidad española el 30 de noviembre de 2018. Después de 12 años de incertidumbre, finalmente estaba seguro, asentado. Subvencionado por Jimbee, un importante patrocinador deportivo español, cuenta con un equipo que cree en él y con el apoyo que necesita para continuar su carrera profesional.
En algunas carreras, el ganador recibe el título de “Campeón de España.” Pero como ciudadano marroquí, Zaid no había podido subir al podio cuando las ganó; ese honor fue para los corredores españoles que habían llegado en segundo lugar. Siempre generoso de espíritu, Zaid había dicho que no le importaba. Pero, claramente, no estaba bien. Ahora, podía ocupar su lugar en el podio.
Y puede competir en eventos internacionales, como el Volcano UltraMarathon, de 244 kilómetros, en Costa Rica, un escaparate para la fortaleza mental y física que ganó en 2021. Su ambición es convertirse en campeón del mundo de carrera de montaña.
LÍNEA DE META
Estamos en la Calamorro Skyrace 2022, donde comenzó nuestra historia. Zaid llega a la meta con grandes zancadas y amplia sonrisa, y ocupa el segundo lugar. Abraza al ganador, felicitándolo, luego busca a Aicha, que está esperando con su hijo de siete años, ElHousseine.
Junto a su bebé, Israa, viven en Cartagena (Murcia). Pero las raíces bereberes de Zaid son muy importantes.
“Me estoy construyendo una casa cerca de la de mi madre en las montañas del Atlas, y pasaremos allí parte del año”, dice. Es un buen lugar para criar a los niños, en medio de la naturaleza. Y perfecto para entrenamientos a gran altura. Deseo convertirlo en un centro para entrenar y residir.”
Zaid siguió el consejo de su padre: se mantuvo en el camino y, a pesar de los desafíos, cumplió sus sueños.
Sonriendo, nos cuenta su secreto para el éxito: “Saltar de piedra a piedra como una cabra y pensar siempre en positivo.”