Kevin Schawinski, de 24 años, estudiante de Astronomía en la Universidad de Oxford, empezó a revisar un millón de fotos de galaxias como parte de su investigación sobre las estrellas. Después de toda una semana de extenuante trabajo, solo había clasificado 50.000 imágenes. Tenía que existir un método mejor.
Él y un compañero astrónomo, Chris Lintott, diseñaron una página web que denominaron Galaxy Zoo (el Zoo de las Galaxias), colgaron las fotos y dieron instrucciones sobre cómo identificar tres tipos de galaxias atendiendo a su forma. Al día siguiente, la página recibió 70.000 clasificaciones por hora. Al final del primer año, 150.000 voluntarios digitales habían llevado a cabo 50 millones de clasificaciones. Era julio de 2007, y Schawinski y Lintott apenas sospechaban que estaba comenzando lo que se conocería como la nueva era de la ciencia ciudadana, en la que voluntarios internautas hacen contribuciones significativas a distintos descubrimientos en ámbitos tan dispares como la Astronomía o la Arqueología.
A Nadav Ossendryver*, de 18 años, siempre le ha encantado el Parque Nacional Kruger, situado a unas pocas horas en coche de su casa en Johannesburgo (Sudáfrica). Con sus dos millones de hectáreas, es una de las reservas naturales más extensas de África, y está surcado por más de 3.000 kilómetros de carreteras. Encontrar fauna como leones, guepardos o leopardos puede resultar frustrante a veces.
Hace apenas tres años, el adolescente creó una página web llamada Latest Sightings (http://www.latestsightings. com/) en la que pedía a la gente que dijera qué animales había visto y dieran sus localizaciones. En la actualidad, Latest Sightings cuenta con fotos y vídeos de los visitantes, ofrece un paseo virtual por el parque, y permite al Endangered Wildlife Trust (Fondo para la Conservación de la Fauna africana en peligro de extinción) llevar a cabo proyectos que van, desde rastrear águilas y leopardos, hasta perros salvajes. Ya tiene 100.000 seguidores.
En marzo de 2013, a un ingeniero británico de 33 años llamado Jonathan*, se le ocurrió leer sobre una nueva página web médica llamada FindZebra en el periódico The Guardian. La nueva base de datos interactiva formada por 31.000 artículos procedentes de fuentes expertas, que cubrían 7.000 enfermedades raras, había obtenido resultados completamente milagrosos en cuanto a la identificación de enfermedades y afecciones desconocidas hasta la fecha.
Durante su infancia a Jonathan le diagnosticaron asma, pero las medicinas para el asma le hacían poco efecto a la hora de aliviar el ciclo incesante de infecciones pulmonares y sinusales, así como el cansancio. Unas nuevas pruebas realizadas años más tarde revelaron que no tenía asma, pero nadie sabía lo que le pasaba. Estaba desesperado.
Jonathan* tecleó los síntomas en el buscador de FindZebra. La página mostró 20 posibles diagnósticos. El número 19 era la mastocitosis, un número excesivo de mastocitos que producen histamina. Jonathan mostró los resultados a su médico y éste le recetó una batería de antihistamínicos que le curaron por completo. “He estado enfermo desde que nací. Ahora, por primera vez en mi vida, me encuentro bien”, afirma.
El poder de las masas
Hoy en día, todo el mundo, desde los negocios en Internet hasta los investigadores científicos, han descubierto un recurso sin explotar en la Red: el tiempo de las personas. Si tienes en cuenta que en cualquier mes del año, unos 123.000 millones de personas entran en Facebook, o que se producen 100.000 millones de búsquedas en Google, hay mucha atención que canalizar. Existe una palabra para dicha actividad. Es el crowdsourcing (“colaboración colectiva”). Este término describe el proceso de completar una gran tarea dividiéndola en trozos manejables para que sea llevada a cabo por internautas voluntarios.
Para los científicos, la multitud ha sido una aliada especialmente importante a la hora de tratar con grandes conjuntos de datos o demasiada información. El astrónomo de Oxford Chris Lintott lo resume así: “Los científicos somos muy buenos recopilando información, pero no somos suficientes para procesarla”.
Por eso, tanto él como Kevin Schawinski, estaban tan emocionados con Galaxy Zoo. Lo que comenzó como un experimento online ha evolucionado hoy en día a un conjunto de 20 proyectos científicos llamados colectivamente Zooniverse (https:// www.zooniverse.org), con una comunidad internauta de casi un millón de voluntarios científicos.
De adolescente, el sudafricano Nadav Ossendryver, descubrió que la multitud puede ser un valioso aliado cuando el problema a gran escala es la geografía. Además de Latest Sightings, ha lanzado también una página en Facebook, tiene una cuenta en Twitter e incluso ha creado su propia aplicación de iPhone para registrar la observación de la fauna, o “tings”. Kruger Sightings da la localización de todos los animales del parque menos la de uno. “Nunca hemos subido las localizaciones de los rinocerontes”, dice Ossendryver, porque explica que la caza furtiva de rinocerontes es un problema grave en el Parque Kruger.
Jonathan*, de Reino Unido, cuyos síntomas parecidos al asma fueron finalmente diagnosticados por FindZebra, tendría que agradecérselo a Dane Ole Winther. Profesor adjunto de Sistemas Cognitivos de la Universidad Técnica de Dinamarca y experto en Bioinformática de la Universidad de Copenhague, Winther tuvo la idea de crear una página en la que médicos y pacientes graves pudieran buscar fuentes fidedignas en Internet para tratar de diagnosticar enfermedades raras. Dos alumnos de posgrado, Radu Dragusin y Paula Petcu, se comprometieron a convertirlo en su proyecto. Cuando llegó la hora de ponerle nombre a la página, Dragusin se acordó de un aforismo médico: “Si oyes ruido de cascos, piensa en caballos, no en cebras”. Lo que significa que seguramente el diagnóstico más probable, es el correcto. Sugirió como nombre FindZebra. Se puso en marcha en 2012 y desde entonces ha tenido 67.000 visitas.
Una variante conocida del crowdsourcing es el crowdfunding (“financiación colectiva”), una expresión de moda que se utiliza generalmente para describir páginas web como Indiegogo (http:///www.indiegogo.com/) o Kickstarter (http://www. kickstarter.com/) en la que distintos empresarios acuden a Internet para solicitar capital inicial para poner en marcha cualquier idea, desde monopatines eléctricos a música, cine o confiterías. Jonas Borchgrevink, de 24 años y natural de Oslo (Noruega), vio en estas páginas una oportunidad de garantizar que el dinero dado a una buena causa llega exactamente donde se supone que tiene que llegar. Todo empezó cuando tenía nueve años. Cogió su clarinete y, junto con un amigo suyo y su trompeta, se puso a tocar en la esquina de una calle de Oslo para recaudar dinero para una ONG internacional. Consiguieron varios cientos de coronas y Borchgrevink los envió a la organización. “Nunca supe qué hicieron con ellos”, dice Jonas, todavía enfadado. “Ese contratiempo me dejó huella”.
En 2009, cuando estaba en la facultad de empresariales, creó una página llamada Mygoodact (http:// www.mygoodact.com/). En ella, las personas pueden colgar su propio proyecto para recaudar fondos. La mayoría de las personas acuden a Kickstarter para pedir donativos para proyectos empresariales. En abril de 2013, la prensa internacional se hizo eco de Mygoodact gracias a una compañera noruega, Nathalie Krantz, de 20 años.
Nathalie había visto en un periódico digital una foto desgarradora de una niña india llamada Roona Begum que era un caso devastador de hidrocefalia. Una cantidad inmensa de líquido cefalorraquídeo le había agrandado la cabeza hasta alcanzar un tamaño terrorífico. La operación para curarla costaba unos 1.600 dólares (aproximadamente 10.000 coronas noruegas) y sus padres, de un pueblo pobre al norte de la India, no podían pagarla. Krantz colgó una foto de Roona Begum, contó su historia en Mygoodact, y pidió dinero para la operación. En dos horas, consiguió el doble de lo que había pedido. Y siguió llegando más dinero.
Borchgrevink se puso en contacto con la Fundación Fortis, la rama benéfica de la empresa proveedora de suministros médicos que le había ofrecido llevarla en avión a uno de sus hospitales y operarla gratis. Pero el caso de Roona resultó ser más complicado de lo que los médicos esperaban y, cuando los gastos se dispararon, Mygoodact fue capaz de enviar 30.000 dólares más para ayudar a la operación. Cuando Roona tuvo que volver a operarse de nuevo a principios de este año, Mygoodact volvió a suministrar otros 30.000 dólares. Después de la operación, los médicos pudieron que Roona ahora ya podía mover la cabeza con más facilidad. Cuando a Borchgrevink le dicen que nadie de esta historia conoce al resto de los protagonistas, se encoge de hombros. Para él, ese es el poder de las Redes Sociales.
Y seguimos con Hollywood
Pero no todo es serio en el mundo del crowdsourcing. ¿Qué tal si volvemos a rodar un clásico? En 2009, Casey Pugh, diseñador de páginas web y seguidor de La Guerra de las Galaxias, desglosó la primera entrega de la saga en 15 escenas separadas, las colgó en su página web Star Wars Uncut, e invitó a la gente a recrear las más de 500 escenas de la forma que quisieran. Seguidores de 20 países —desde Alemania a Japón— enviaron vídeos de 15 segundos. Pugh los subió a Internet y pidió a la gente que votara su favorita. Después, editó el trabajo de todos los finalistas juntos en un largometraje (http://www. starwarsuncut.com/newhope) para que el mundo entero pudiera verlo.
El resultado es una mezcla de trozos de 15 segundos, impredecible y divertida de ver. Los personajes son interpretados tanto por adultos envueltos en papel de aluminio (como el robot C-3PO), como por niños disfrazados, perros y gatos caracterizados con bolsas de papel, identidades falsas, e incluso dispensadores PEZ. Una de las actrices que interpretaba a la Princesa Leia se puso dos roscas de pan en la cabeza para simular el famoso peinado. La película ganó un premio Emmy a los Medios Interactivos y la secuela está en proceso de producción en (http://www.starwarsuncut. com/).
Así que el mensaje está claro: que la fuerza de la multitud os acompañe.
* Nombre ficticio.